Una consecuencia de lo anterior, es que la imagen del indígena se comienza a estereotipar (Mason; 1992), principalmente a través de la monstruosidad. En este sentido, los monstruos son expresión del pecado de ser lo otro, forman parte de una información general sobre lo extraño, introducen el exotismo y simbolizan el paganismo (Rojas Mix; 1992: 66-67). Por otro lado, lo monstruoso sólo existe en relación a un orden establecido, como oposición a una cultura superior, es decir, lo monstruoso representa la asimétrica relación que existe entre la “naturaleza” americana y la “civilización” europea.
También es importante señalar que la mayoría de las imágenes sobre los pueblos originarios de América, de gran circulación en Europa, fueron producidas por países como Alemania, Holanda e Italia . En gran medida, esto se debe a que la imprenta estaba muy desarrollada en esos países, pero además, hay que agregar que existían fuertes intereses económicos que mantenían la curiosidad sobre el Nuevo Mundo y sus habitantes. Como resultado de esta producción visual no española, es que hay una gran elaboración imágenes autónomas, acopladas a los textos en tiempos y lugares ya muy lejanos de sus productores (Amodio, 1993: 106). Todo esto fortalecía, en muchos casos, los elementos monstruosos del indígena americano.
Una de las primeras formas que adquiere el indígena del Nuevo Mundo es el Acéfalo, un estereotipo para nada original, ya que tiene antecedentes en la cultura helena, para después transformarse en uno de los iconos tradicionales de la Edad Media (Rojas Mix; 1992).
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El acéfalo es avistado por distintos viajeros en Egipto, Libia, India y después en China. Esto permite constatar un particular mecanismo de construcción de la alteridad, en una especie de lógica que podríamos llamar de los círculos concéntricos, ya que en el centro del mundo estaría la civilización, la que a su vez estaría rodeada de numerosos pueblos bárbaros, quienes finalmente colindan con seres monstruosos. De esta manera, siempre que se extienda el límite de lo conocido, aparecen estos seres monstruosos que se oponen a lo europeo y su cultura.
Descubierta América, el acéfalo se llama Ewaipanoma y se encuentra en distintos lugares del Nuevo Mundo. Una descripción de ellos es entregada por el corsario inglés Walter Raleig, quien los describe de la siguiente forma: “cerca de ella viven los poderosos Ewaipanomas, hombres sin cabeza, con sus ojos y boca en el pecho, muy similares a los acéfalos orientales, pero tienen pelos en la espalda. Son capaces de manipular arcos tres veces más grandes que los normales” (Magasich-Airola y De Beer, 2001: 120). Además de no tener cabeza, este personaje es la encarnación del mal, en tanto el cuerpo es reflejo del alma, por lo que debía ser considerado dañino o diabólico (Imagen 1). De hecho, son numerosos los relatos que dan cuenta de encuentros con Ewaipanomas, es más, era tal el asombro que producían estos seres entre los europeos, que numerosos cartógrafos identificaban zonas de América donde era común encontrar acéfalos (Imagen 2).
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