Clarice Elhers Peixoto & Renato Sztutman
En
los inicios de la década de 1990, la antropóloga
Dominique Gallois dio inicio a una nueva fase de la pasantía
que mantenía, desde 1977, con los waiãpi,
pueblo de lengua tupi-guaraní que habita en el estado de
Amapá. Llevó a algunas aldeas, unidades audiovisuales
para que ellos tuviesen contacto con imágenes propias y
de otros indios, para que aprendiesen a manejar la cámara,
registrando sus imágenes. Esa iniciativa, acompañada
de trabajos de asesoría en la áreas de educación
y comunicación, contó con el apoyo de una organización
no gubernamental denominada Centro de trabajo Indigenista (CTI)
y resultó en seis videos, uno de los cuales - Nossas
Festas (1995) (Nuestras Fiestas [N. de los T.]) - fue
dirigido por un waiãpi, Kasiripinâ. Los demás
- O Espíritu da TV (1991), A arca dos Zo’é
(1993), Meu amigo garimpeiro (1994), Placa não
fala (1996) y Segredos da mata (1998) [El Espíritu
de la TV (1991), El arca de los Zo`é
(1993), Mi amigo pirquinero (1994), Placa no
habla (1996) y Secretos de la selva (N. de los T.)]
- tematizan, cada cual a su manera, la situación contemporánea,
en la cual los waiãpi están en todo momento dialogando
con nuevos actores sociales y buscando nuevas formas de representación.
Con
Dominique Gallois, profesora de la Universidad de São Paulo
hace dieciséis años, la utilización del video
aparece como instrumento de intervención, llevando adelante
sus actividades de pasantía y asesoría con las comunidades
entre las cuales realiza investigaciones etnológicas. Su
intento no consiste solamente en considerar una comunicación
audiovisual entre grupos diversos, sino que, sobre todo, promoverla,
volverla posible, a pesar de las barreras culturales. Así,
uno de los principales objetivos que se requieren, es conducir
a un público más amplio, imágenes de indios
que vengan a destruir prejuicios y estereotipos enraizados en
el sentido común para establecer un nuevo campo de diálogo.
Actualmente, como lo demuestra Gallois, la continuidad de la pasantía
con los waiãpi - y ahora también con los
zo’é, otro grupo de lengua tupi-guaraní,
que vive en el norte del estado de Pará - deja en claro
que esas tareas, bastante desafiantes, seguirán hacia delante
y no dejarán de sorprender con sus nuevos rumbos.
A
lo largo de los últimos años, usted viene usando
la imagen en sus investigaciones etnológicas. ¿Cómo
ve usted la cuestión de la autoría - desde el punto
de vista del antropólogo-cineasta- en la realización
de sus filmes? ¿En qué medida ellos dejan de ser
el vehículo de la voz de los nativos para construir su
interpretación del mundo nativo?
Acompañar
la relación construida por los indios con su imagen y la
de otros y verificar las interpretaciones que hacen de ellas,
me proporcionan muchas pistas para pensar tanto las dinámicas
de apropiación y de transmisión cultural, como también
las prácticas de narración y de traducción,
verbal y no verbal. Es una experiencia relativamente reciente,
en una fase posterior a la de la investigación etnológica
propiamente dicha pero muy convencional, que venía haciendo
entre los waiãpi y los zo’é. Fue
una oportunidad que surgió en el trabajo junto al proyecto
de video del CTI, a partir de 1990.
En los documentales que realicé como asesora del CTI, casi
todos en co-autoría con Vincent Carelli y con el editor
Tutu Nunes, el punto de vista que presentamos nunca pretendió
ser el de los nativos (en el caso que me implicaba, waiãpi
y zo’é), pero sí una interpretación
nuestra respecto de algunas cuestiones que habíamos conseguido
construir en sintonía con curiosidades, intereses y con
la participación activa de los indios. Al ser esta interpretación
finalizada por nosotros tres al momento de la edición,
es evidente que su construcción estaba condicionada a la
percepción y a los asuntos previamente delineados en los
resultados de la investigación y la experiencia que tenía
acumulada, como etnóloga, junto a esos grupos. La autoría
está en la selección del qué y cómo
documentar, del qué decir, cómo y a quién,
construyendo un determinado entendimiento para el otro, para un
público definido. Como reconozco en esos filmes algunas
fijaciones y sesgos que me persiguen desde hace largo tiempo,
más allá de los que marcan la selección y
la traducción / adaptación, con sus aciertos y sus
problemas, ellos realmente no son la “voz de los nativos”.
El
resultado final de sus videos, o sea, lo que vemos en la pantalla,
es fruto de un arduo trabajo de discusión con las personas
filmadas sobre el qué y cómo filmar. ¿Cómo
es ese proceso en el cual las lógicas narrativas de fabricación
y edición de imágenes son diferentes?
En
la práctica, antes del demorado trabajo de selección
de palabras-imágenes, transcripción, traducción,
etc. que me correspondía hacer (y que aprecio inmensamente,
en comparación a la edición), el peso de mi intervención
y, por tanto, de la interpretación antropológica
se daba en el momento del diálogo, in loco N.
de los T., con los actores indígenas. Ello, a través
de muchas conversaciones en su lengua, lo que significa un primer
y fundamental recorte en la construcción de las cuestiones
que podría tratar en esa documentación en video,
y que implicaban en aciertos conceptuales muy instigantes. Si
mi creatividad para traducir nuestros conceptos a su lengua ha
mejorado a lo largo de los años, aumentaba la conciencia
del peso de la intervención que esa transposición
representa y de la necesidad de distanciamiento. No serían
todos los temas propuestos para el diálogo en el proceso
de documentación los que interesarían a mis interlocutores,
waiãpi o zo’é. Tratar con ellos
sobre historias familiares, de chamanismo, resguardo, rituales,
y al mismo tiempo, de conflictos de tierra, divisiones, alcoholismo,
etc., exige que se hable en sus términos y, por lo tanto,
a partir de sus conceptos y actitudes. De ahí, la oportunidad
que ellos tenían para desarrollar o no el tema, actuando
o no, siguiendo rumbos que consideraban adecuados. Casi siempre
mencionaban casos y representaban escenas que ya eran parte de
nuestras conversaciones anteriores, o sea, que ellos consideraban
aptos para mi propio desempeño sobre continuar hablando
y documentando esos asuntos. Sus motivaciones explícitas
- intelectuales y pragmáticas, políticas - para
continuar la conversación siempre fueron el límite
que establecí para realizar o no un registro filmado. El
cuidado es mío, pero es, sobre todo, de ellos, el que desarrollaran
siempre una índole didáctica para que todo sea comprendido
por nosotros y por los que irían a ver lo que estábamos
grabando. Los waiãpi, particularmente, aprendieron
rápidamente a apropiarse de la relación que el registro
posibilita, posicionándose directamente para quien está
más allá de la cámara, dirigiéndose
a los blancos de las ciudades o a otros pueblos a los que deseaban
que los filmes fuesen dirigidos, realizando performances en sus
palabras y actitudes, de una forma que hasta hoy me impresiona
y encanta. Es también un espacio muy utilizado para activar
sus políticas locales, provocaciones entre personas, grupos.
En lo que respecta a los ambientes sociales, o escenarios propiamente
dichos, ocurre un recorte similar, un tipo de control mutuo: ellos
viabilizan el registro de situaciones en la medida en que ya las
conozco; o sea, lo que logré conocer a lo largo de los
años y que ellos, entonces, sugieren documentar. Resultan
escenas con algunas de sus alternativas - individuales o más
colectivas - para representarse, auto imágenes preformadas
en función del registro, con altísimo valor simbólico
y, sobre todo, político. Son siempre fechadas, marcadas
profundamente por las cuestiones del momento. Esa conciencia del
contexto de relaciones en que ellos participan en el ámbito
de las filmaciones, les permiten manipular posiciones que parecen
simples, actitudes revisadas o, muchas veces, enfatizadas para
la situación. Cualquier indiscreción en esta relación,
sería inmediatamente percibida como abusiva, ya que el
gancho de toda la documentación es hacer de ella un juego
explícito.
Por
eso que esa noción de “voz de los nativos” me parece insuficiente,
cuando hablamos de registros de performances audiovisuales. Los
nativos tienen voz propia, independientemente de un filmador y
de su equipamiento, o de un antropólogo que documenta.
Es claro que el video es una oportunidad para colocarse mejor
y dirigir sus voces. Pero la comprensión de esas voces
dependerá de las posiciones, esas que mencioné arriba,
que se toman en el momento del registro, protagonistas y realizadores
concomitantemente.
Y
no pienso que esas opciones deban ser dichas, aumentadas por sobre
el filme. Deben aparecer en el resultado. Una de las soluciones
adoptadas y que me animaba bastante, es que en el desarrollo progresivo
de los trabajos que eran entonces realizados por el proyecto de
video del CTI, el conocimiento previo de la lengua y de las comunidades
waiãpi y zo`é viabilizó
la realización de documentales sin recurso a ese tipo de
comentario o a una voice-over (voz en off [N.
de los T.]) que explica desde fuera, generalmente redundando la
imagen, o en la mejor de las hipótesis, intentando decir
lo que “ellos están pensando que están haciendo”.
Con excepción de los filmes institucionales (Placa
não fala por ejemplo), la narración directa
de los indios era una regla. Siempre busqué preservar,
en la edición final, la imagen y la palabra, potenciándolas
mutuamente; es decir, formas propias de los waiãpi
de expresarse en actitudes, de mirar y de pensar sobre sí
mismos.
Ya
que hablamos de traducción, no puedo dejar de mencionar
lo sufrido que es el trabajo de edición, de condensación
de una documentación llena de escenas recortadas, pedazos
que pierden mucha densidad, la que era protagonista para la documentación.
Con ello el riesgo enorme de perderse el hilo de la narración
verbal y no verbal desempeñada por los indios. Desde el
primero hasta el último trabajo aprendí mucho, intentando
evitar lo que siempre consideré una reducción: la
tendencia de los filmadores y editores para simplificar el mensaje
contenido en una palabra / imagen, a lo que el público
“ya conoce” o “ya siente” o supuestamente “quiere saber”. Aprendí
a seleccionar, entre escenas y personajes, recorridos más
simples e impactantes, pero también conseguí introducir
- en la relación entre palabra e imagen, en la adaptación
de una traducción de conceptos - aspectos y marcas particulares
de los modos de ser y de pensar de los grupos con los cuales trabajé
y que no eran necesariamente conocidas con anterioridad por el
público más amplio al que se destinaban los documentales.
De aquí que, inclusive, nos encontramos con varios laberintos
y nuevas dificultades. No se llegó, en los trabajos que
estoy comentando aquí, al fondo de esa experimentación.
Pretendo intentar ir más lejos, directo a las posturas,
conversaciones y performances, con menor intervención en
la edición final (una simplificación que parece
natural), para poder explicitar cómo se hacen las construcciones
de diferencias entre los modos de pensar y de posicionarse en
el mundo. Lo que aprendí realizando videos para el CTI,
en una experiencia que conjugaba una fuerte ideología dividida
entre todos nosotros respecto de nuestro papel en cuanto indigenistas,
es una permanente experiencia de descubrimiento, de mi parte,
de la inmensidad de posibilidades que la traducción de
dinámicas culturales - en imágenes y palabras -
permite a los antropólogos.
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Zo'é, Aldea Zawarakiaven. Fotografía:
D. .T. Gallois 1992. |
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Uno
de los objetivos del proyecto “Video en las Aldeas”, realizado
en la organización no-gubernamental Centro de Trabajo Indigenista
(CTI), parece haber sido la deconstrucción de prejuicios
enraizados en la sociedad brasileña sobre los pueblos indígenas.
En ese sentido, ¿cómo ve el alcance de esta traducción,
para un público más amplio, de los modos de vida
de los pueblos indígenas?
Ciertamente,
éste es el objetivo de todos los trabajos de educación
realizados en el CTI, que buscan apoyar a los grupos indígenas
con los cuales se trabaja, para que puedan sentarse en la mesa
de negociación y expresar sus expectativas y formas de
convivencia con nuestra sociedad. Pienso que esa meta básica
de formación / información, para ampliar el intercambio
de puntos de vista entre los grupos indígenas y la sociedad
brasileña, continúa siendo lo que da sentido al
trabajo que se desarrolla junto a los waiãpi y
otros grupos, con o sin video. En lo personal, el punto que me
orienta hace años se encuadra en la posibilidad de viabilizar
el acceso tanto a la imagen que se tiene de los indios (y que
no se manifiesta sólo en imágenes), como también
a la imagen que ellos mismos producen de sí, promoviendo
la crítica de ambas, para que entren en la rueda y puedan
posicionarse, cuando lo juzguen necesario. Cuando es para dinamizar
y recrear diferencias, todos tienen mucho que ganar en el acceso
a los medios de comunicación. Se trata de abrir, no de
cerrar. ¡Es una pauta muy diferente de la que se acostumbra
atribuir a los antropólogos, que estarían apenas
preocupados en “preservar primitivos”, como alegan los sectores
anti-indígenas en Brasil!. Interferir en la capacidad de
diálogo, en vivo, me parece más importante que,
la tarea de deconstruir prejuicios en los filmes. ¡Los filmes
ayudan, pero habiendo filmes!. El producto, o el alcance de un
esfuerzo centrado en una efectiva ampliación de la comunicación
será la de constatar que un número creciente de
comunidades puede negociar directamente con los sectores de la
sociedad brasileña que actúan en sus vidas. Todavía
falta mucho, no obstante los caminos están marcados, pienso.
Simplificando el gap (brecha [N. de los T.])
vigente en la comunicación, podríamos decir que
la mayor parte de los prejuicios incide sobre la “cultura” de
los indios y sobre su “autenticidad”, en cuanto a la expectativa
de ellos en conquistar la igualdad, lo que incide sobre la autonomía
de decisión, de representación, sobre política.
Para esa conquista, ellos son llevados a producir su cultura para
nosotros, pero siempre con las expectativas políticas de
participar de todos los debates que consideran que les atañe.
Y es por este motivo que el programa de video del CTI pretendía
propiciar al mayor número posible de grupos indígenas,
una red de intercambio a partir de la cual ellos podrían
ampliar sus posibilidades de afirmación en cuanto grupos
diferenciados.
Pero
hay otro problema. Cuando se habla de modos de vida, protagonizados
por los indio en los filmes en que ellos participan activamente,
dirigiendo el escenario, exponiendo la belleza y complejidad de
sus manifestaciones rituales, de sus conocimientos sobre los ambientes
que exploran, si tenemos posibilidades de alcanzar una contracción
en los prejuicios más arraigados en el sentido común,
relativos a la precariedad de sus vidas, a la pobreza y simplicidad
de sus culturas, etc...Pero los modos de vida, de ellos y nosotros,
se modifican, y el peligro de un enaltecimiento de los modos de
vida diferenciados consiste en aprisionar a los indios a una imagen
exótica de lo silvícola, que vive en armonía
con la “naturaleza”, porque al final se hace parte de ella, al
contrario de nosotros, que conseguimos tanto dominarla como también
destruirla (como viene diciendo un número creciente de
líderes indígenas). Para alcanzar algún resultado
en la lucha contra los prejuicios, pienso que debemos enfocarnos,
mas que en los modos de vida, en los modos de pensar. Eso, en
los filmes, es mucho más difícil, es un desafío
para los antropólogos. Tratar, por ejemplo, sobre sus prácticas
de transmisión de conocimientos, de los dichos tradicionales
y los que nacen de la política de promoción y subvención
de la cultura, puede evidenciar su apertura a la innovación,
a la capacidad de transformación y creación de saberes,
un recurso interesante para cuestionar ideas arraigadas acerca
de la inmovilidad de sus vidas, que estarían condicionadas
por ideas y técnicas “ancestrales”, y por eso en peligro
de extinción. Pero eso exige que en la realización
de un filme, nos dotemos de detalles minuciosos, en la traducción
de palabras y en la selección de diálogos precisos
- una lucha permanente contra lo genérico, contra el supuesto
de que la imagen habla por sí sola - pienso que no es fácil,
pero vale la pena persistir.
Otro
objetivo del mismo proyecto es hacer circular imágenes
entre diferentes grupos étnicos. O sea, presentar a los
waiãpi, por medio de videos, el modo de vida de
los zo´é, de los gavião,
de los guaraní, de los xavante, etc. ¿Usted
cree que eso puede contribuir a la construcción de una
conciencia de “indianeidad” común? En otros términos:
¿cuáles son los impactos, causados por el video,
en la visión que un grupo indígena tiene sobre los
demás? Eso nos remite probablemente a la visión
que cada grupo tiene de su posición en el mundo...
La divulgación que se inicia, con discursos políticos
o cantos grabados en cintas cassette, con slides (diapositivas
[N. de los T.]), postales o revistas, se amplia bastante con el
medio videográfico, que registra palabras-imágenes
de otros indios yuxtapuesta a la de otros blancos y diferentes
de lo que ya es conocido, facilitando el aprendizaje de lo que
es ser indio. No se nace indio, y tampoco es una construcción
inmediata, o definitiva. Los zo´é, cuando
conocieron un número mas variado de blancos y percibieron
que todos estos los interpelaban como “indios”, como “poturu”
o como “zo´é”, aplicaron la noción
de vuelta hacia los blancos, llamándolos también
Zo´é. En el fondo, humanos, somos todos
Zo´é. Poco a poco, van percibiendo que el
término es la marca que los blancos utilizan para diferenciarse
de los indios. Lo mismo ocurrió con los Kaiapó,
como analizó Terence Turner, que los blancos humanizaron
para poder construirse entonces como Kaiapó. Sólo
pueden aprender su indianeidad, es lógico, en el entorno
de los blancos.
Volviendo al trabajo realizado en las aldeas, es claro que el
acceso a escenas muy variadas y, sobretodo, contextualizadas de
la situación de los grupos indígenas y de sus relaciones
con los blancos contribuye para una intensificación de
ese proceso. Como son apropiadas en forma colectiva – una proyección
en un patio, por ejemplo – acelera la reflexión de que
hablaba antes. La existencia del otro, de lenguas, de apariencias,
adornos e índoles distintas no es ninguna novedad. Pero
acceder a ellos en un monitor de video, y no solamente en el relato
reporteado de encuentros anteriores, posibilita nuevas formas
de seleccionar, detallar, juntar elementos. Están unidas
en las palabras-imágenes, aspectos que la narrativa oral
normalmente separa: diferencias lingüísticas, apariencia
física y actitudes, evidencias de la relación o
no con los blancos, y muchas diferencias en esas relaciones, etc...
El impacto de ver y oír varios otros en un televisor es
completamente diverso de lo que se puede narrar a partir de imágenes
construidas en los mitos, en la visión de los chamanes,
en la transmisión de historias específicas. Este
proceso fue muy marcado entre los waiãpi, en donde
verifiqué cuánto el acceso regular a imágenes
de otros, potenció la revisión de las propias experiencias,
con nuevas matices, apropiadas de la existencia de aquellos que
pasaron a ser llamados “parientes”. Cuando perciben que todos
experimentan los mismos impasses en la convivencia con los blancos,
cuando se sienten numerosos y todos identificados como parientes,
indios, ellos se apropian de las alteraciones que la relación
con los blancos provocó en sus vidas y en la de otros grupos
indígenas, para dimensionar sus posiciones del momento.
La construcción de la propia imagen toma en cuenta una
conciencia más aguda del cambio, incorporando experiencias
vividas por otros grupos, la secuencia de procesos de contacto,
y así en adelante. Este fue el enfoque, incluso, de sus
conversas con los zo´é, a través
del video y en vivo.
En
artículo publicado en la revista Cuadernos de Campo
(1992)N. de los T., usted escribió que los waiãpi
tuvieron que aprender a incorporar el televisor y el video en
su cotidiano, alterando interpretaciones tradicionales sobre la
imagen, que para ellos cargarían en sí una parte
(sustancia) de aquel que es representado. Ese fue también,
uno de los temas de O espíritu da TV (El espíritu
de la TV [N. de los T.]). ¿Cómo fue posible
esa transición de la imagen como algo peligroso hacia algo
manipulable?
Es
una transición y no lo es. Cambia y no cambia. Puede parecer
muy complicado, pero pienso que no lo es para ellos. Cambia, si
consideramos que hace pocas décadas, un waiãpi
no decía el nombre del otro en su presencia, no pronunciaba
nunca el nombre de un muerto, jamás enunciaba su propio
nombre. El nombre, como la imagen, carga el principio vital, la
individualidad, que no puede ser expuesta, cabe a cada uno resguardar
la suya. “Decir el nombre” enfrente de su portador podría
resultar en algo mortal, me contaron los viejos. Hoy, con servicios
de salud, colegios, etc., y sus formas de control (o su confusión,
dicen los indios, ya cansados de enseñarles todo el tiempo
las listas de nombres...), no hay como no presentarse, “soy tal”
y “él es tal”. Eso ocurre en el diálogo en portugués.
Casi nunca entre los waiãpi, pues es aún,
y ciertamente para los más viejos, una ofensa, una actitud
agresiva. Decir su propio nombre incomoda bastante, muchos prefieren
ser presentados por otra persona. Pero tener o no ese cuidado
depende del contexto. De la misma forma, cuando miran, en público,
su imagen patente en una pantalla de televisión, muchos
bajan inmediatamente la vista. Antes, las personas enfermas o
bajo recuperación viraban su cabeza para no verse, salían
del frente del televisor, angustiados... Ahora, dicen que acostumbraron
a verse, se volvió un juego, una oportunidad para bromear,
aunque muchos continúen bajando la vista al verse en la
pantalla. Los jóvenes compran máquinas fotográficas,
retratan locamente a sus esposas, sus hijos, muestran las imágenes.
Pegan sus fotografías en las paredes de casas y oficinas.
Crecen al mismo tiempo las peleas por acusaciones de uso indebido
de esas imágenes, ya sean tomadas por ellos o por blancos.
Historias de hechicería, vía fotos, convocaron varias
reuniones de ellos el año pasado. Los espíritus
no se dejaron pasar por el televisor y por fotografías.
Esa manipulación es un hecho para los waiãpi,
pues la imagen trae el principio vital, lo expone, lo libera.
Por esto, hasta hoy, nunca fotografío o filmo las personas
que tienen transes chamánicos [lo que entre los waiãpi,
no seria un atributo fijo de un individuo, sino que un estado],
pues ellos saben que yo sé que las substancias chamanísticas
se transfieren para la imagen, lo que podría debilitarlos.
En el sueño, es ése principio que viaja, circula,
vive suelto de cuerpo. Pero una persona recién llegada
no sabe de eso y hasta podría conseguir hacer un retrato,
con mayor o menor comodidad. La fotografía podrá
ser cobrada, recibiendo algún pago a cambio, ya que se
estará llevando algo muy valioso.
Siendo
así, la imagen que pasa a ser manipulada, sea por ellos,
sea por blancos, para fines declarados que sólo interesan
a los waiãpi, como presentarse afuera, acaba transformándose
en otra imagen. La primera es -ã el principio
vital; la segunda, -ã’ãga. Una foto o un
filme puede ser destinado a una circulación amplia, en
un circuito que los waiãpi ya conocen mejor, entonces,
es -ã’ãga, se presenta como copia, representación,
no limitado, “falso”. O será considerada apenas como soporte
del principio vital, debiendo ser reservada. Esos dos términos
preexisten, es claro, al uso de máquinas de foto y video,
pero están adquiriendo nuevas posiciones entre los waiãpi;
entre ellos y en relación a nosotros. No se trata exactamente
de una oposición entre el uso interno y el uso externo,
pues depende de cada relación en juego, dos actores involucrados,
de un tipo de manipulación que se pretende o se tiene capacidad
de hacer. Por eso, los waiãpi siempre quieren saber precisamente
para quién va su imagen y no dudan en esclarecer sus desconfianzas
hacia determinados lugares o grupos. Manipular sustancias vitales
es algo que preocupa a los individuos en sus relaciones interpersonales,
no a colectividades. Por eso, talvez, los waiãpi
gustan tanto de ser filmados cuando están juntos, bailando
y haciendo mucho ruido. Cuanto más personas y confusión,
más bello consideran el resultado.
En
1990, una unidad de video (generador, monitor, video VHS) fue
instalada en la aldea Mariry, iniciando un proceso instigante
sobre la experiencia de los waiãpi con la imagen.
¿Esa fue una demanda directa de los propios waiãpi?
¿Cómo fue la reacción inmediata de ellos?
¿Hubo enfrentamientos, por ejemplo, entre personas de diferentes
generaciones?
La
instalación de la unidad de video en esta aldea, y después
en otras tres, sí atendía las demandas de los waiãpi,
que ya tenían experiencias anteriores con registros, pero
que los filmadores nunca les devolvieron. La primera experiencia
fue con un investigador americano que había registrado
algunas fiestas y estudiado su música, generando productos
que nunca volvieron a las aldeas. La segunda, fue una filmación
publicitaria de un auto marca Honda, realizada por iniciativa
de la FUNAI (Fundación Nacional Indígena [N. de
los T.]) local, que había interesado a algunos líderes
en la medida en que serían pagados por su desempeño,
pero que provocó muchos conflictos internos en cuanto a
la distribución de los pagos... La cuestión del
video estaba, por tanto, girando en torno a los pagos, y yo consideraba
importante cambiar el rumbo de esta relación, que podría
ser mucho más rica si era conducida de otra forma. Desde
el inicio de los años 80`, yo llevaba un proyector de slides
(diapositivas [N. de los T.]) con pilas para las aldeas,
con imágenes de ellos, de otros indios y, sobre todo, de
la ciudad, pues ellos querían conocerla. De ahí,
surgían conversaciones riquísimas sobre diferencias
en los modos de vida. Era ese el rumbo a seguir y la oportunidad
apareció con el filmador Geoffrey O`Connor, interesado
en realizar un documental sobre las reivindicaciones por la demarcación
del área, que estaban en su auge en aquella época,
1989. El registro que él realizó, en el área
indígena y en Brasilia, para el filme A saga do chefe
waiwai (La saga del jefe Waiwai [N. de los T.]),
posibilitó ampliar y sistematizar el encuentro entre los
waiãpi y su imagen. El primer monitor que “entra”
en el área - como mostramos en el inicio de O espírito
da TV (CTI, 1992) (El espíritu de la TV [N.
de los T.]) - traía las escenas filmadas por G. O`Connor
en las aldeas, en los campamentos y, sobre todo, en Brasilia.
Para quien ya apreciaba comparar los discursos captados en mi
grabador, el video potencializó mucho esa competición
por desempeño entre los líderes que habían
estado o no en la ciudad; de cantores de diferentes aldeas, de
variadas explicaciones sobre todo y todos... De ahí, pedían
filmar nuevos discursos, nuevas situaciones, nuevos lugares y
ello es un bola de nieve hasta hoy.
Enfrentamiento
propiamente dicho no hay y no habrá, porque esas cosas
se pasan a los bastidores. Pero hay disputas de prestigio y, es
claro que la imagen y su circulación hacia fuera es un
buen capital para ello. Jóvenes y viejos también
disputan espacio delante de la cámara, pero cada uno acaba
teniendo su espacio, por eso los registros hechos por ellos son
tan largos. Cuando no tienen espacio, reclaman para hacerlo valer.
Diez jóvenes quieren filmar y algunos quieren comprar cámaras
propias, pero los dos filmadores más viejos no quieren
renunciar, aunque los jóvenes digan que ellos ya no saben
filmar lo que interesa. Los puntos de vista se van multiplicando
y las alternativas de representación también. Yo
lo encuentro muy bueno.
Más
específicamente en el caso de los filmadores waiãpi:
¿Cómo ellos discuten los procesos de filmación
(selección de tomas) Y edición (corte y montaje)?
¿Podríamos hablar de un modo propiamente waiãpi
de filmar? ¿Cuáles son las mayores dificultades
de la delimitación del tiempo, en la edición, de
una experiencia filmada por ellos?
Yo
no quería hablar más de esos aspectos, puesto que
no tengo en mi poder los procedimientos que Kasiripinã
y Muru discutieron con las personas que los ayudaron desde más
cerca: Fausto Campolli, hace algunos años y, desde el año
2000, Marina Weis. Todo el esfuerzo de los documentalistas waiãpi,
ahora y con ayuda de Marina, se encaminan a concebir sus guiones,
construir sus narrativas “en la cabeza” y de ahí controlar
mejor tanto sus filmaciones, como también la edición.
Pues ellos filman mucho, todo, en el caso de Muru, sin parar hasta
que las cintas se terminan. Todo le interesaba al mismo tiempo,
y la documentación era tanta, que a la hora de editar se
desanimaban y, al mismo tiempo, siempre les parecía insuficiente,
mal hecho. Pero eso está cambiando.
Mi
experiencia se limitó a la edición del filme de
Kasiripinã Nossas festas , en 1995, con material
que él grabó, independiente de cualquier orientación.
Su registro evidencia cuánto él aprecia esas fiestas,
más allá de lo que él es considerado hasta
hoy, un especialista de muchos ciclos cantados y un incentivador
de dichas fiestas. Ahí, la narrativa estaba dada por el
desarrollo del ritual y fue consolidada en una construcción
posterior, para preparar la edición: observando las imágenes
en el monitor, él fue hablando y yo preguntando, sugiriendo
explicaciones, y fue conversando de este modo que él produjo
la selección y la unión entre escenas de cada fiesta
y entre las fiestas, para después pasar a la edición
de las imágenes. Desde ese tiempo y hasta hoy, Kasiripinã
no disfruta mucho ver, solo, lo que filma. Y no es sólo
por las dificultades con los equipamientos que se rompen. Él
gusta de mostrar las filmaciones a otros y hablar al respecto.
De ahí, el desafío en el aprendizaje que los talleres
proporcionan en la aldea, de hacer todo eso al mismo tiempo: filmando,
viendo, mostrando, refilmando, construyendo y produciendo, manteniendo
el hilo de una narrativa. Lo grande no es construir esa narrativa,
perseguirla, fijar un comienzo y un fin. Eso es muy nuevo, pues
cuando se cuentan casos, mitos, o se relata cualquier evento,
es siempre en diálogo, todo puede suceder en la narrativa,
donde perder el hilo no importa mucho. Los talleres de ficción
ya tienen y continúan produciendo muchos resultados. Marina
está escribiendo sobre eso, será mejor que ella
misma lo cuente.
|
Zo'é, Waiãpi, Aldea Taitetuwa. Fotografía:
D. .T. Gallois 1996. |
|
Nos
gustaría que nos hablases sobre una experiencia particular:
el encuentro entre los waiãpi y los zo`é,
ambos grupos tupi-guaraní, registrado en imágenes
/ sonido por usted (A arca dos Zo`é (El arca
de los Zo`é [N. de los T.]), 1993), pero también
por un filmador waiãpi. ¿Cuál es
el desafío de reunir, en ese filme, dos miradas, dos registros
y dos estilos de narrativa fílmica sobre ese encuentro?
La
pregunta indica que hay un serio problema en la explicitación
de quien está por detrás de la cámara o del
micrófono, en ese filme, como ocurre con otros de la serie
de la CTI. Pudo haber sido un error no haber dejado eso más
claro, pero en fin, no parecía necesario; En esa época
creíamos que sería redundante.
No
es el registro hecho por los waiãpi, sino que el nuestro
que está en el Arca dos Zo`é. Sin contar
dos o tres imágenes de complemento, de poca importancia
en sí, que están ahí para evidenciar que
ellos hacían su propio registro (Kasiripinã filmando)
independiente del nuestro. Pero es ésa documentación
de Kasiripinã la que fue exhibida en la aldea waiãpi,
cuando volvimos, y ocasionó nuevas conversaciones con ellos,
grabadas a partir de los asuntos que sus imágenes provocaron.
Entonces, el desafío no era juntar estilos diferentes de
narrativa fílmica, sino que conducir la edición
por las miradas que circulaban entre ellos y aquellas que ellos
producían, a partir de lo que habíamos conseguido
captar durante los eventos del encuentro en las aldeas Zo`é,
cruzando con los comentarios registrados en la vuelta a la aldea
waiãpi. Un conjunto de comentarios sobre esas
múltiples miradas, que se iniciaron en la aldea Zo`é
cuando éstos vieron las imágenes filmadas en las
aldeas zo`é o de otros indios, mucho tiempo antes
de la visita de los waiãpi. Un intercambio que
continuó, cuando los Zo`é fueron hacia los waiãpi
y las imágenes de esa visita volvieron a la aldea zo`é,
produciendo nuevas miradas y comentarios que también grabé,
en 1998. Y así pude continuar...Todavía pienso que
no sería tan interesante, productivo o adecuado reunir
en un filme registros de ellos y nuestros, justamente porque son
narrativas diferentes. Kasiripinã montó su documental
sobre la visita a los zo`é y es otra historia,
completamente ajena de la nuestra, tanto en el ritmo como también
sobre otros temas, conduciendo un diálogo con los zo`é
a partir de personajes que no eran los nuestros. Y la espiral
de asuntos que él persigue en esa narrativa son sólo
de él. No es apenas otra versión, son otros asuntos
que él propone a su público.
En
Segredos da mata (Secretos de la selva [N. de
los T.]), su último filme, los waiãpi construyeron
una narrativa de ficción, partiendo de un repertorio de
narrativas míticas y esquemas rituales. En el filme, son
ellos los que narran, dirigen e interpretan, y usted viabiliza,
registrando las escenas. ¿Usted podría hablar más
de ese proceso creativo y, sobre todo, sobre ese “tránsito”
del mito (narrado) a la ficción (filmada)?
Es,
la narración filmada de encuentros que sus antepasados
tuvieron con seres monstruosos que andan por los caminos del bosque,
como explica la tradición. Representaron cuatro encuentros:
El señor de la caza, el murciélago caníbal,
los dueños de una flecha mágica y de un polvo que
vuelve a las personas invisibles.
La
actuación de los waiãpi aquí también
fue múltiple. Comenzar y terminar el filme tardó
mucho. A esta altura del proceso, personas variadas sugirieron
historias, reduciendo poco a poco las que podrían ser vivenciadas.
Pero fuimos conversando a lo largo de casi dos años y luego
resolvimos apoyar a uno de los jefes más interesados en
la experiencia; a saber, Seremete. Otras aldeas se sintieron despreciadas;
por ese motivo el proceso continúa. Para terminar, ellos
mezclaron muchas versiones intermedias y ahora existen dos circulando;
una con una hora que ellos prefieren, y la nuestra, para circular
por aquí y por otras aldeas. Por dicha demora y por las
tensiones que se crearon, ésta es una de las experiencias
que más promete a largo plazo.
Uno
de los impulsos que inició esa dinámica fue un debate
entre jóvenes, en un curso de formación de profesores,
realizado en la ciudad en 1995, en el cual adoraban ver televisión,
y discutían por qué yo nunca les había dicho
que los blancos también tienen a los ajã,
figuras caníbales. Ellos habían visto el filme Alien
y quedaron fascinados viendo que la agresión caníbal
también inquieta a los blancos. Para los jóvenes,
ese era un gancho que faltaba para poder hablar de su propia visión
respecto de esas cosas. Pues ellos tienen, generalmente, un pudor
muy grande sobre esos asuntos, no les gusta hablar de ello o lo
dejan como “cosas de viejos”. Fue muy interesante, pensaron en
muchas historias, con personajes que detrás de su belleza
son monstruos horrendos. Pero los viejos, en las conversaciones
posteriores, bloquearon una serie de propuestas consideradas peligrosas:
no podrían “actuar” en un papel de espíritus que
viven allí en los árboles, por ejemplo. La elección
recayó sobre seres que ellos consideraban ser eliminados,
o de quien no se sabe más el recorrido.
Los
habitantes de una pequeña aldea, Taitetuwa, en esa época
con menos de cuarenta personas, decidieron hacer el filme junto
a Seremete quien se volvió uno de los narradores, además
de director. Él tomó la iniciativa de la experiencia,
viniendo a São Paulo, en Noviembre de 1996, para dirigir
la confección de las máscaras de los monstruos seleccionados.
En Diciembre, fuimos a su aldea, con el dibujante Beto Lima, y
con las máscaras y los materiales complementarios. Allí,
las máscaras fueron terminadas conforme sugerencias de
otros narradores y se inició el trabajo. Primero, grabar
las narrativas varias veces, después descomponer las escenas,
escoger a los actores, los lugares, mostrar cada una de ellas,
también varias veces. Recordar lo que faltó mostrar
y filmar... En la noche, siempre veíamos lo que había
sido filmado, en el monitor de la aldea. En la narración,
la dupla de narradores discutía versiones, siendo exactamente
eso en lo que consiste la transmisión, que nunca es un
monólogo, sino que una discusión sobre detalles
de cómo cada uno ve lo que sucedió. No dio para
transmitir eso en nuestro filme, optando por equilibrar el peso
de cada uno en la edición de la versión para el
público blanco, donde la discusión de versiones
fue eliminada. La selección y el alejamiento de los actores
no creó problemas al inicio, pero en el impacto del retorno
de las imágenes, los jóvenes reclamaron mucho, pues
ellos de hecho fueron muchas veces sacados de escena por los viejos,
que argumentaban que ellos no sabían responder. Es por
eso que ellos reclamaban sin parar la continuidad de la “serie”
(dicen que hay muchas y muchas historias por grabar) que ahora
va a salir una, pero dirigida por los jóvenes. Tal vez
ellos puedan dar el giro a los viejos, con actuaciones más
sueltas que las que éstos desempeñaron. Ver las
escenas de making- off (tras bambalinas [N. de los T.])
y recordar lo que sucedía entre los actores, los juegos
e inventos, el trabajo de director, son cosas que ellos también
aprecian mucho mirar. Eso es un espiral que espero que prosiga,
ahora en las manos de ellos.
Lo
más instigante para la mayor parte de los waiãpi,
es el producir esa escenificación, “saber hacer” y controlar
todo el proceso del guión, la escenificación, efectos.
¿Es ficción? No es fácil definir si es ficción.
Serían ficciones de ficciones, ya que con o sin filmes,
los encuentros con los monstruos ocurren ciertamente, pero sólo
pueden ser aprehendidos a partir de versiones, que son ficciones.
O, de lo contrario, no son ficciones, es lo real. Esas figuras
andan por ahí. Los encuentros narrados y mostrados no son
sólo míticos, o sólo fábulas, pues
no son experiencias o realidades relegadas al pasado, son argumentos
sobre encuentros que sucedieron, que se conocen por la narración
de boca en boca, de los antiguos hasta ahora, y que pueden ser
reactualizados en cada nuevo encuentro, sueño, creando
nuevos relatos y así sucesivamente. En fin, esto es un
sesgo que me parece interesante de perseguir, pienso que puede
contribuir al panorama de los filmes referentes a la transmisión
de “mitos indígenas”, habitualmente limitada a la reproducción
de las narrativas y su análisis en los términos
del investigador. Mi interés en cuanto etnóloga
está presente en la edición de Segredos da mata
(Secretos de la selva [N. de los T.]), donde intenté
evidenciar cómo los waiãpi explicitaron,
en la narración y en la escenificación, uno de los
fundamentos de su pensamiento sobre la ambigüedad con la
que se acostumbra a definir “realidad”; esto es, en la variación
de perspectivas a partir de quien puede ser definida una realidad
siempre múltiple.
En
varios de sus videos, queda explícito el procedimiento
de feedback (retroalimentación [N. de los T.])
en el cual las personas filmadas se ven en la imagen y discuten
sobre ello, o de cómo usted los ve. Pero hay también,
en sus trabajos videográficos, una preocupación
sobre el retorno de las imágenes, eso que podríamos
llamar de retribución. Háblenos un poco sobre su
manera de trabajar.
Ya
hablé sobre la mecánica de los sucesivos feedback
que sustentan todo el trabajo, pero como considero tan importante
ese proceso, vale la pena relacionarlo a la idea de retorno. Debe
quedar claro que lo que retorna no es un subproducto de una investigación
académica, un filme que pasa en la pantalla para confirmar
que fue finalizado. O que sea simplemente un producto hecho “para”
los protagonistas. Esos retornos, son costumbres y muy interesantes,
pues alimentan los feedback de todas las imágenes, las
diversas pre-ediciones del filme, el resumen de todo el material,
y cuando es viable, atiende otros pedidos específicos.
Pero debe ir más allá de eso, garantizar que el
espiral se desarrolle. Se necesita disponer de equipamientos y
manutención, presupuestados en el largo plazo. No es hacer
un filme y punto final, y luego otro y así sucesivamente.
En las aldeas donde trabajo, cuando llegan las imágenes,
seguido de sesiones y sesiones de críticas y comentarios,
se retoma el espiral que mencioné más arriba, multiplicando
versiones y argumentos. El retorno es garantizar ese proceso,
que puede hacer viable una conciencia cada vez más aguda
sobre la repercusión de las imágenes entre las personas
que las ven, en varios lugares, llevando a los protagonistas a
nuevas tematizaciones, en la perspectiva de otros puntos de vista
y así sucesivamente. El desafío para los protagonistas
es tomar en cuenta, en su crítica, cómo fueron vistos
y entendidos en otros mundos, o sea, valorar varios formatos de
documentos destinados a públicos diferentes, percibir que
el lenguaje cambia su sentido, su valor cultural. Ya está
bien claro para unos waiãpi y debe quedar más
claro todavía en un proceso continuo. Cuando ellos pidieron
hacer la primera ficción de los caníbales, era para
aprender el lenguaje, pues querían ir más allá
de la recepción de material bruto o resumido. Este sirvió
para incitar a burlas o discusiones sobre belleza, inteligencia,
etc., pero no era todo lo que esperaban. Muchos de ellos entendieron
que pueden incrementar su capacidad de actuar, de saber cómo
se manipulan los efectos, etc.; en fin, pensar en quien va a mirar.
Es eso lo que entiendo por retorno. El producto de ese recorrido
podrá ser muy interesante, no tendrá nada que ver
con los filmes que hicimos, destinados a un gran público,
en formato televisivo o para festivales; ni tampoco con los protagonistas,
ya que ese era el destino que interesaba al proyecto de video
en la época. Esos filmes que comenté más
arriba ilustran etapas de ese proceso, de esa intervención
de múltiples manos, pero obviamente no agotarán
el recorrido, que sigue, en diversos rumbos.
Cierta
vez, Jean Rouch afirmó que solamente la antropología
en sus moldes visuales puede asegurar un conocimiento verdaderamente
compartido - eso porque los grupos indígenas no tienen
cómo controlar el producto de un texto académico,
aunque si el de un filme. ¿Qué piensa usted de esa
afirmación?
Concuerdo
plenamente, es lo que espero de la comunicación que lo
audiovisual permite establecer. Pero sin olvidar que el control
de la realización de un filme no agota las posibilidades
o expectativas de compartir conocimientos. Más allá
de la producción, hay todavía un control de su distribución,
que es otro gran tema. Al hacer un filme, se comparten conocimientos,
con limitaciones específicas en cada etapa: de los registros,
de los feedback, de las ediciones, etc. En fin, todo
dependiendo del producto y del ansiado control por cada una de
las partes. Producir un conocimiento compartido dependerá
mucho, creo yo, de las cuestiones o temas priorizados en los diálogos
que son realizados, concomitantemente, en múltiples planos:
entre el realizador y la comunidad filmada, entre los sectores
de esa comunidad y entre esos sectores y el público destinatario.
¡Es realmente multi-localizado, inclusive allá en
las aldeas, porque no se trabaja con colectivos compactos, o grupos
indígenas que se piensan como un bloque! Por eso, para
que se pueda compartir un punto de vista, una posición
sobre un asunto cualquiera, todo depende de las posibilidades
e intereses de todas esas partes en acompañar, hasta en
los mínimos detalles, la experiencia de construir imágenes
para un mismo público. Se trata, antes que nada, de aprender
a participar de redes de comunicación, implicando conceptos
e ideas que permean a los diferentes públicos a quien esas
imágenes pueden ser dirigidas. En la cinta de Jean Rouch,
múltiples experiencias se esforzaron en abrir la posibilidad
a las comunidades o individuos implicados en un registro audiovisual
de reflexionar / deconstruir / construir conocimientos y performances,
con interesantes resultados en sus procesos de afirmación
política y cultural. Toda la dificultad de esta tarea está
en garantizar, como una de las puertas más importantes,
que esos grupos accedan a las ideas contradictorias que circulan
al respecto de los indios en diversos medios, y se apropien de
ellas como objeto de reflexión, para que puedan comprometerse
en un intercambio efectivo de conocimientos, no solamente con
el público en general, sino que con los “realizadores”
de filmes, de textos, de noticias, sean ellos antropólogos
o no.
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Zo'é, Río Erepecuru. Fotografía:
D. .T. Gallois 1998. |
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¿Cuál
es la influencia que tiene esa “antropología visual” sobre
sus investigaciones etnológicas y su trabajo videográfico?
Y hoy en día, ¿Qué trabajos en ese campo
le han llamado más la atención?
Aprecio
inmensamente los trabajos de Jean Rouch, cuyos filmes me impactaron
bastante, durante mi graduación en Bélgica, cuando
decidí estudiar etnología, en un escenario africano.
Me re-impactaron después, cuando los vi desde la perspectiva
del Brasil. Vi poco de “antropología visual” tal como se
viene desarrollando en los últimos años; es una
inmensidad de experiencias que me gustaría tener tiempo
de conocer mejor. Es ciertamente una falla. Son las cuestiones
de la comunicación - y en este campo, la construcción
de imágenes, visuales o no - que me vienen interesando,
dada la riqueza y la complejidad de los cambios que se establecen
en los múltiples campos, entre indios y no-indios. No es
solamente en los videos, filmes y multimedia que ese intercambio
se estimula (pienso en la expresión de Marc Augé
“guerra de los sueños”), sino que en los múltiples
espacios abiertos a los indios por las políticas públicas,
en los libros didácticos, en las salas de clase, en las
reuniones pan-indígenas, etc. Las imágenes discordantes,
producidas en el diálogo entre las visiones de nuestra
sociedad sobre los indios y las que los indios producen para nosotros,
merecen todavía una reflexión y una experimentación
más aguda. El filme de G. O`Connor Diarios da Amazônia
(Diarios de la Amazonía [N. de los T.]) por ejemplo,
aún impacta mucho a los alumnos de graduación en
Ciencias Sociales, ya que allí descubren que “indio” es
una categoría construida en el escenario inter-étnico
y que cabe a la antropología - y especialmente a los etnólogos
- evidenciar cómo esos pueblos aprenden a “ser indios”,
como parte activa del cambio de imágenes “de los” y “sobre”
los grupos indígenas. Todo eso ayuda a desvelar, para nuestra
sociedad, los modos en cómo esos grupos responden, hoy,
a la demanda externa que les impone el presentarse como colectivos,
culturales o étnicos (los “tiriyó”, los “”, los
“wayana-aparai”); son formas de representación creadas
y que no se fortalecen “naturalmente” en sus sistemas de clasificación,
o en la práctica de las relaciones sociales y políticas
que mantienen históricamente entre sí. En la antropología
visual escrita, como la que se puede leer en los Cadernos
de Antropología e Imagem, esas cuestiones vienen siendo
tratadas, pero veo que filmes de antropólogos (visuales)
aún apuestan por construir unidades étnicas, sin
cuestionarse mucho de qué unidad o colectivo se está
tratando. Pienso que los modos de construcción de esas
unidades son un patrimonio político de los indios; las
nuestras tenían más interés en dirigirse
hacia puntos de vista que se manifiestan en el proceso de construcción
de esas unidades.
Para
finalizar: ¿Cuáles son sus proyectos videográficos
futuros? ¿Y qué sucederá en cuanto a los
waiãpi?
Los
proyectos son varios y lo que falta es tiempo para dedicarme a
ellos. Lo más querido es la edición de una narrativa
del ciclo de rituales ligados a la creación del mundo,
pasando por comentarios de jóvenes sobre las explicaciones
de los viejos e incorporando lo que no se dice, pero que sucede
alrededor de una fiesta y se desarrolla a partir de ella, o sea,
las negociaciones y cambios que se deslizan de una fiesta a otra.
El próximo semestre, estaré dando secuencia a un
trabajo sobre versiones de los indios Zo`é respecto de
los límites del mundo conocido y, cuando pueda, deseo hacer
un documental bien etnográfico y didáctico sobre
las formas de transmisión de esta cosmología. En
cuanto a los waiãpi, ellos tienen varios trabajos
en curso, otros planeados, y todos ellos realizados con apoyo
del Programa de Educación del CTI y del Núcleo de
Historia Indígena de la Universidad de São Paulo,
y cuenta con la asesoría de Marina Weis, joven realizadora,
que hace dos años viene atendiendo las demandas de formación
de Kasiripinã y Muru, los dos primeros filmadores del grupo,
y de muchos jóvenes que están interesados por el
manejo del video. En poco tiempo, ella estará realizando
un taller de guiones y de realización de una ficción
con la participación de jóvenes y adultos de varias
aldeas, a partir de un guión que uno de ellos viene ensayando
hace muchos meses. Kasiripinã y Muru, que continúan
filmando con mucho entusiasmo, definirán a lo largo del
año pautas para sus próximos trabajos, en los que
pretenden presentar sus versiones de la historia de sus respectivas
aldeas. El desafío actual es involucrar a las mujeres,
que están muy interesadas, y que irán a participar
de la realización de talleres de ficción. Es muy
gratificante verificar cómo los waiãpi
han incrementado su apropiación de los medios audiovisuales,
produciendo diseños, fotos, músicas, imágenes
en video. Estoy muy contenta de ver que, paralelamente al creciente
dominio de la escritura por parte de los jóvenes, que es
indispensable, aunque menos creativo, ellos continúan fascinados
por el registro audiovisual, lo que permite una difusión
mucho más colectiva de lo que los textos escritos pueden
ofrecer.
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