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 Clarice Elhers Peixoto & Renato Sztutman
 En 
                los inicios de la década de 1990, la antropóloga 
                Dominique Gallois dio inicio a una nueva fase de la pasantía 
                que mantenía, desde 1977, con los waiãpi, 
                pueblo de lengua tupi-guaraní que habita en el estado de 
                Amapá. Llevó a algunas aldeas, unidades audiovisuales 
                para que ellos tuviesen contacto con imágenes propias y 
                de otros indios, para que aprendiesen a manejar la cámara, 
                registrando sus imágenes. Esa iniciativa, acompañada 
                de trabajos de asesoría en la áreas de educación 
                y comunicación, contó con el apoyo de una organización 
                no gubernamental denominada Centro de trabajo Indigenista (CTI) 
                y resultó en seis videos, uno de los cuales - Nossas 
                Festas (1995) (Nuestras Fiestas [N. de los T.]) - fue 
                dirigido por un waiãpi, Kasiripinâ. Los demás 
                - O Espíritu da TV (1991), A arca dos Zo’é 
                (1993), Meu amigo garimpeiro (1994), Placa não 
                fala (1996) y Segredos da mata (1998) [El Espíritu 
                de la TV (1991), El arca de los Zo`é 
                (1993), Mi amigo pirquinero (1994), Placa no 
                habla (1996) y Secretos de la selva (N. de los T.)] 
                - tematizan, cada cual a su manera, la situación contemporánea, 
                en la cual los waiãpi están en todo momento dialogando 
                con nuevos actores sociales y buscando nuevas formas de representación. Con 
                Dominique Gallois, profesora de la Universidad de São Paulo 
                hace dieciséis años, la utilización del video 
                aparece como instrumento de intervención, llevando adelante 
                sus actividades de pasantía y asesoría con las comunidades 
                entre las cuales realiza investigaciones etnológicas. Su 
                intento no consiste solamente en considerar una comunicación 
                audiovisual entre grupos diversos, sino que, sobre todo, promoverla, 
                volverla posible, a pesar de las barreras culturales. Así, 
                uno de los principales objetivos que se requieren, es conducir 
                a un público más amplio, imágenes de indios 
                que vengan a destruir prejuicios y estereotipos enraizados en 
                el sentido común para establecer un nuevo campo de diálogo. 
                Actualmente, como lo demuestra Gallois, la continuidad de la pasantía 
                con los waiãpi - y ahora también con los 
                zo’é, otro grupo de lengua tupi-guaraní, 
                que vive en el norte del estado de Pará - deja en claro 
                que esas tareas, bastante desafiantes, seguirán hacia delante 
                y no dejarán de sorprender con sus nuevos rumbos. A 
                lo largo de los últimos años, usted viene usando 
                la imagen en sus investigaciones etnológicas. ¿Cómo 
                ve usted la cuestión de la autoría - desde el punto 
                de vista del antropólogo-cineasta- en la realización 
                de sus filmes? ¿En qué medida ellos dejan de ser 
                el vehículo de la voz de los nativos para construir su 
                interpretación del mundo nativo? Acompañar 
                la relación construida por los indios con su imagen y la 
                de otros y verificar las interpretaciones que hacen de ellas, 
                me proporcionan muchas pistas para pensar tanto las dinámicas 
                de apropiación y de transmisión cultural, como también 
                las prácticas de narración y de traducción, 
                verbal y no verbal. Es una experiencia relativamente reciente, 
                en una fase posterior a la de la investigación etnológica 
                propiamente dicha pero muy convencional, que venía haciendo 
                entre los waiãpi y los zo’é. Fue 
                una oportunidad que surgió en el trabajo junto al proyecto 
                de video del CTI, a partir de 1990.
 En los documentales que realicé como asesora del CTI, casi 
                todos en co-autoría con Vincent Carelli y con el editor 
                Tutu Nunes, el punto de vista que presentamos nunca pretendió 
                ser el de los nativos (en el caso que me implicaba, waiãpi 
                y zo’é), pero sí una interpretación 
                nuestra respecto de algunas cuestiones que habíamos conseguido 
                construir en sintonía con curiosidades, intereses y con 
                la participación activa de los indios. Al ser esta interpretación 
                finalizada por nosotros tres al momento de la edición, 
                es evidente que su construcción estaba condicionada a la 
                percepción y a los asuntos previamente delineados en los 
                resultados de la investigación y la experiencia que tenía 
                acumulada, como etnóloga, junto a esos grupos. La autoría 
                está en la selección del qué y cómo 
                documentar, del qué decir, cómo y a quién, 
                construyendo un determinado entendimiento para el otro, para un 
                público definido. Como reconozco en esos filmes algunas 
                fijaciones y sesgos que me persiguen desde hace largo tiempo, 
                más allá de los que marcan la selección y 
                la traducción / adaptación, con sus aciertos y sus 
                problemas, ellos realmente no son la “voz de los nativos”.
 El 
                resultado final de sus videos, o sea, lo que vemos en la pantalla, 
                es fruto de un arduo trabajo de discusión con las personas 
                filmadas sobre el qué y cómo filmar. ¿Cómo 
                es ese proceso en el cual las lógicas narrativas de fabricación 
                y edición de imágenes son diferentes? En 
                la práctica, antes del demorado trabajo de selección 
                de palabras-imágenes, transcripción, traducción, 
                etc. que me correspondía hacer (y que aprecio inmensamente, 
                en comparación a la edición), el peso de mi intervención 
                y, por tanto, de la interpretación antropológica 
                se daba en el momento del diálogo, in loco N. 
                de los T., con los actores indígenas. Ello, a través 
                de muchas conversaciones en su lengua, lo que significa un primer 
                y fundamental recorte en la construcción de las cuestiones 
                que podría tratar en esa documentación en video, 
                y que implicaban en aciertos conceptuales muy instigantes. Si 
                mi creatividad para traducir nuestros conceptos a su lengua ha 
                mejorado a lo largo de los años, aumentaba la conciencia 
                del peso de la intervención que esa transposición 
                representa y de la necesidad de distanciamiento. No serían 
                todos los temas propuestos para el diálogo en el proceso 
                de documentación los que interesarían a mis interlocutores, 
                waiãpi o zo’é. Tratar con ellos 
                sobre historias familiares, de chamanismo, resguardo, rituales, 
                y al mismo tiempo, de conflictos de tierra, divisiones, alcoholismo, 
                etc., exige que se hable en sus términos y, por lo tanto, 
                a partir de sus conceptos y actitudes. De ahí, la oportunidad 
                que ellos tenían para desarrollar o no el tema, actuando 
                o no, siguiendo rumbos que consideraban adecuados. Casi siempre 
                mencionaban casos y representaban escenas que ya eran parte de 
                nuestras conversaciones anteriores, o sea, que ellos consideraban 
                aptos para mi propio desempeño sobre continuar hablando 
                y documentando esos asuntos. Sus motivaciones explícitas 
                - intelectuales y pragmáticas, políticas - para 
                continuar la conversación siempre fueron el límite 
                que establecí para realizar o no un registro filmado. El 
                cuidado es mío, pero es, sobre todo, de ellos, el que desarrollaran 
                siempre una índole didáctica para que todo sea comprendido 
                por nosotros y por los que irían a ver lo que estábamos 
                grabando. Los waiãpi, particularmente, aprendieron 
                rápidamente a apropiarse de la relación que el registro 
                posibilita, posicionándose directamente para quien está 
                más allá de la cámara, dirigiéndose 
                a los blancos de las ciudades o a otros pueblos a los que deseaban 
                que los filmes fuesen dirigidos, realizando performances en sus 
                palabras y actitudes, de una forma que hasta hoy me impresiona 
                y encanta. Es también un espacio muy utilizado para activar 
                sus políticas locales, provocaciones entre personas, grupos. 
                En lo que respecta a los ambientes sociales, o escenarios propiamente 
                dichos, ocurre un recorte similar, un tipo de control mutuo: ellos 
                viabilizan el registro de situaciones en la medida en que ya las 
                conozco; o sea, lo que logré conocer a lo largo de los 
                años y que ellos, entonces, sugieren documentar. Resultan 
                escenas con algunas de sus alternativas - individuales o más 
                colectivas - para representarse, auto imágenes preformadas 
                en función del registro, con altísimo valor simbólico 
                y, sobre todo, político. Son siempre fechadas, marcadas 
                profundamente por las cuestiones del momento. Esa conciencia del 
                contexto de relaciones en que ellos participan en el ámbito 
                de las filmaciones, les permiten manipular posiciones que parecen 
                simples, actitudes revisadas o, muchas veces, enfatizadas para 
                la situación. Cualquier indiscreción en esta relación, 
                sería inmediatamente percibida como abusiva, ya que el 
                gancho de toda la documentación es hacer de ella un juego 
                explícito. Por 
                eso que esa noción de “voz de los nativos” me parece insuficiente, 
                cuando hablamos de registros de performances audiovisuales. Los 
                nativos tienen voz propia, independientemente de un filmador y 
                de su equipamiento, o de un antropólogo que documenta. 
                Es claro que el video es una oportunidad para colocarse mejor 
                y dirigir sus voces. Pero la comprensión de esas voces 
                dependerá de las posiciones, esas que mencioné arriba, 
                que se toman en el momento del registro, protagonistas y realizadores 
                concomitantemente. Y 
                no pienso que esas opciones deban ser dichas, aumentadas por sobre 
                el filme. Deben aparecer en el resultado. Una de las soluciones 
                adoptadas y que me animaba bastante, es que en el desarrollo progresivo 
                de los trabajos que eran entonces realizados por el proyecto de 
                video del CTI, el conocimiento previo de la lengua y de las comunidades 
                waiãpi y zo`é viabilizó 
                la realización de documentales sin recurso a ese tipo de 
                comentario o a una voice-over (voz en off [N. 
                de los T.]) que explica desde fuera, generalmente redundando la 
                imagen, o en la mejor de las hipótesis, intentando decir 
                lo que “ellos están pensando que están haciendo”. 
                Con excepción de los filmes institucionales (Placa 
                não fala por ejemplo), la narración directa 
                de los indios era una regla. Siempre busqué preservar, 
                en la edición final, la imagen y la palabra, potenciándolas 
                mutuamente; es decir, formas propias de los waiãpi 
                de expresarse en actitudes, de mirar y de pensar sobre sí 
                mismos. Ya 
                que hablamos de traducción, no puedo dejar de mencionar 
                lo sufrido que es el trabajo de edición, de condensación 
                de una documentación llena de escenas recortadas, pedazos 
                que pierden mucha densidad, la que era protagonista para la documentación. 
                Con ello el riesgo enorme de perderse el hilo de la narración 
                verbal y no verbal desempeñada por los indios. Desde el 
                primero hasta el último trabajo aprendí mucho, intentando 
                evitar lo que siempre consideré una reducción: la 
                tendencia de los filmadores y editores para simplificar el mensaje 
                contenido en una palabra / imagen, a lo que el público 
                “ya conoce” o “ya siente” o supuestamente “quiere saber”. Aprendí 
                a seleccionar, entre escenas y personajes, recorridos más 
                simples e impactantes, pero también conseguí introducir 
                - en la relación entre palabra e imagen, en la adaptación 
                de una traducción de conceptos - aspectos y marcas particulares 
                de los modos de ser y de pensar de los grupos con los cuales trabajé 
                y que no eran necesariamente conocidas con anterioridad por el 
                público más amplio al que se destinaban los documentales. 
                De aquí que, inclusive, nos encontramos con varios laberintos 
                y nuevas dificultades. No se llegó, en los trabajos que 
                estoy comentando aquí, al fondo de esa experimentación. 
                Pretendo intentar ir más lejos, directo a las posturas, 
                conversaciones y performances, con menor intervención en 
                la edición final (una simplificación que parece 
                natural), para poder explicitar cómo se hacen las construcciones 
                de diferencias entre los modos de pensar y de posicionarse en 
                el mundo. Lo que aprendí realizando videos para el CTI, 
                en una experiencia que conjugaba una fuerte ideología dividida 
                entre todos nosotros respecto de nuestro papel en cuanto indigenistas, 
                es una permanente experiencia de descubrimiento, de mi parte, 
                de la inmensidad de posibilidades que la traducción de 
                dinámicas culturales - en imágenes y palabras - 
                permite a los antropólogos. 
                 
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                              Zo'é, Aldea Zawarakiaven. Fotografía: 
                              D. .T. Gallois 1992. |  |  Uno 
                de los objetivos del proyecto “Video en las Aldeas”, realizado 
                en la organización no-gubernamental Centro de Trabajo Indigenista 
                (CTI), parece haber sido la deconstrucción de prejuicios 
                enraizados en la sociedad brasileña sobre los pueblos indígenas. 
                En ese sentido, ¿cómo ve el alcance de esta traducción, 
                para un público más amplio, de los modos de vida 
                de los pueblos indígenas? Ciertamente, 
                éste es el objetivo de todos los trabajos de educación 
                realizados en el CTI, que buscan apoyar a los grupos indígenas 
                con los cuales se trabaja, para que puedan sentarse en la mesa 
                de negociación y expresar sus expectativas y formas de 
                convivencia con nuestra sociedad. Pienso que esa meta básica 
                de formación / información, para ampliar el intercambio 
                de puntos de vista entre los grupos indígenas y la sociedad 
                brasileña, continúa siendo lo que da sentido al 
                trabajo que se desarrolla junto a los waiãpi y 
                otros grupos, con o sin video. En lo personal, el punto que me 
                orienta hace años se encuadra en la posibilidad de viabilizar 
                el acceso tanto a la imagen que se tiene de los indios (y que 
                no se manifiesta sólo en imágenes), como también 
                a la imagen que ellos mismos producen de sí, promoviendo 
                la crítica de ambas, para que entren en la rueda y puedan 
                posicionarse, cuando lo juzguen necesario. Cuando es para dinamizar 
                y recrear diferencias, todos tienen mucho que ganar en el acceso 
                a los medios de comunicación. Se trata de abrir, no de 
                cerrar. ¡Es una pauta muy diferente de la que se acostumbra 
                atribuir a los antropólogos, que estarían apenas 
                preocupados en “preservar primitivos”, como alegan los sectores 
                anti-indígenas en Brasil!. Interferir en la capacidad de 
                diálogo, en vivo, me parece más importante que, 
                la tarea de deconstruir prejuicios en los filmes. ¡Los filmes 
                ayudan, pero habiendo filmes!. El producto, o el alcance de un 
                esfuerzo centrado en una efectiva ampliación de la comunicación 
                será la de constatar que un número creciente de 
                comunidades puede negociar directamente con los sectores de la 
                sociedad brasileña que actúan en sus vidas. Todavía 
                falta mucho, no obstante los caminos están marcados, pienso. 
                Simplificando el gap (brecha [N. de los T.]) 
                vigente en la comunicación, podríamos decir que 
                la mayor parte de los prejuicios incide sobre la “cultura” de 
                los indios y sobre su “autenticidad”, en cuanto a la expectativa 
                de ellos en conquistar la igualdad, lo que incide sobre la autonomía 
                de decisión, de representación, sobre política. 
                Para esa conquista, ellos son llevados a producir su cultura para 
                nosotros, pero siempre con las expectativas políticas de 
                participar de todos los debates que consideran que les atañe. 
                Y es por este motivo que el programa de video del CTI pretendía 
                propiciar al mayor número posible de grupos indígenas, 
                una red de intercambio a partir de la cual ellos podrían 
                ampliar sus posibilidades de afirmación en cuanto grupos 
                diferenciados. Pero 
                hay otro problema. Cuando se habla de modos de vida, protagonizados 
                por los indio en los filmes en que ellos participan activamente, 
                dirigiendo el escenario, exponiendo la belleza y complejidad de 
                sus manifestaciones rituales, de sus conocimientos sobre los ambientes 
                que exploran, si tenemos posibilidades de alcanzar una contracción 
                en los prejuicios más arraigados en el sentido común, 
                relativos a la precariedad de sus vidas, a la pobreza y simplicidad 
                de sus culturas, etc...Pero los modos de vida, de ellos y nosotros, 
                se modifican, y el peligro de un enaltecimiento de los modos de 
                vida diferenciados consiste en aprisionar a los indios a una imagen 
                exótica de lo silvícola, que vive en armonía 
                con la “naturaleza”, porque al final se hace parte de ella, al 
                contrario de nosotros, que conseguimos tanto dominarla como también 
                destruirla (como viene diciendo un número creciente de 
                líderes indígenas). Para alcanzar algún resultado 
                en la lucha contra los prejuicios, pienso que debemos enfocarnos, 
                mas que en los modos de vida, en los modos de pensar. Eso, en 
                los filmes, es mucho más difícil, es un desafío 
                para los antropólogos. Tratar, por ejemplo, sobre sus prácticas 
                de transmisión de conocimientos, de los dichos tradicionales 
                y los que nacen de la política de promoción y subvención 
                de la cultura, puede evidenciar su apertura a la innovación, 
                a la capacidad de transformación y creación de saberes, 
                un recurso interesante para cuestionar ideas arraigadas acerca 
                de la inmovilidad de sus vidas, que estarían condicionadas 
                por ideas y técnicas “ancestrales”, y por eso en peligro 
                de extinción. Pero eso exige que en la realización 
                de un filme, nos dotemos de detalles minuciosos, en la traducción 
                de palabras y en la selección de diálogos precisos 
                - una lucha permanente contra lo genérico, contra el supuesto 
                de que la imagen habla por sí sola - pienso que no es fácil, 
                pero vale la pena persistir. Otro 
                objetivo del mismo proyecto es hacer circular imágenes 
                entre diferentes grupos étnicos. O sea, presentar a los 
                waiãpi, por medio de videos, el modo de vida de 
                los zo´é, de los gavião, 
                de los guaraní, de los xavante, etc. ¿Usted 
                cree que eso puede contribuir a la construcción de una 
                conciencia de “indianeidad” común? En otros términos: 
                ¿cuáles son los impactos, causados por el video, 
                en la visión que un grupo indígena tiene sobre los 
                demás? Eso nos remite probablemente a la visión 
                que cada grupo tiene de su posición en el mundo... La divulgación que se inicia, con discursos políticos 
                o cantos grabados en cintas cassette, con slides (diapositivas 
                [N. de los T.]), postales o revistas, se amplia bastante con el 
                medio videográfico, que registra palabras-imágenes 
                de otros indios yuxtapuesta a la de otros blancos y diferentes 
                de lo que ya es conocido, facilitando el aprendizaje de lo que 
                es ser indio. No se nace indio, y tampoco es una construcción 
                inmediata, o definitiva. Los zo´é, cuando 
                conocieron un número mas variado de blancos y percibieron 
                que todos estos los interpelaban como “indios”, como “poturu” 
                o como “zo´é”, aplicaron la noción 
                de vuelta hacia los blancos, llamándolos también 
                Zo´é. En el fondo, humanos, somos todos 
                Zo´é. Poco a poco, van percibiendo que el 
                término es la marca que los blancos utilizan para diferenciarse 
                de los indios. Lo mismo ocurrió con los Kaiapó, 
                como analizó Terence Turner, que los blancos humanizaron 
                para poder construirse entonces como Kaiapó. Sólo 
                pueden aprender su indianeidad, es lógico, en el entorno 
                de los blancos.
 
 Volviendo al trabajo realizado en las aldeas, es claro que el 
                acceso a escenas muy variadas y, sobretodo, contextualizadas de 
                la situación de los grupos indígenas y de sus relaciones 
                con los blancos contribuye para una intensificación de 
                ese proceso. Como son apropiadas en forma colectiva – una proyección 
                en un patio, por ejemplo – acelera la reflexión de que 
                hablaba antes. La existencia del otro, de lenguas, de apariencias, 
                adornos e índoles distintas no es ninguna novedad. Pero 
                acceder a ellos en un monitor de video, y no solamente en el relato 
                reporteado de encuentros anteriores, posibilita nuevas formas 
                de seleccionar, detallar, juntar elementos. Están unidas 
                en las palabras-imágenes, aspectos que la narrativa oral 
                normalmente separa: diferencias lingüísticas, apariencia 
                física y actitudes, evidencias de la relación o 
                no con los blancos, y muchas diferencias en esas relaciones, etc... 
                El impacto de ver y oír varios otros en un televisor es 
                completamente diverso de lo que se puede narrar a partir de imágenes 
                construidas en los mitos, en la visión de los chamanes, 
                en la transmisión de historias específicas. Este 
                proceso fue muy marcado entre los waiãpi, en donde 
                verifiqué cuánto el acceso regular a imágenes 
                de otros, potenció la revisión de las propias experiencias, 
                con nuevas matices, apropiadas de la existencia de aquellos que 
                pasaron a ser llamados “parientes”. Cuando perciben que todos 
                experimentan los mismos impasses en la convivencia con los blancos, 
                cuando se sienten numerosos y todos identificados como parientes, 
                indios, ellos se apropian de las alteraciones que la relación 
                con los blancos provocó en sus vidas y en la de otros grupos 
                indígenas, para dimensionar sus posiciones del momento. 
                La construcción de la propia imagen toma en cuenta una 
                conciencia más aguda del cambio, incorporando experiencias 
                vividas por otros grupos, la secuencia de procesos de contacto, 
                y así en adelante. Este fue el enfoque, incluso, de sus 
                conversas con los zo´é, a través 
                del video y en vivo.
 En 
                artículo publicado en la revista Cuadernos de Campo 
                (1992)N. de los T., usted escribió que los waiãpi 
                tuvieron que aprender a incorporar el televisor y el video en 
                su cotidiano, alterando interpretaciones tradicionales sobre la 
                imagen, que para ellos cargarían en sí una parte 
                (sustancia) de aquel que es representado. Ese fue también, 
                uno de los temas de O espíritu da TV (El espíritu 
                de la TV [N. de los T.]). ¿Cómo fue posible 
                esa transición de la imagen como algo peligroso hacia algo 
                manipulable? Es 
                una transición y no lo es. Cambia y no cambia. Puede parecer 
                muy complicado, pero pienso que no lo es para ellos. Cambia, si 
                consideramos que hace pocas décadas, un waiãpi 
                no decía el nombre del otro en su presencia, no pronunciaba 
                nunca el nombre de un muerto, jamás enunciaba su propio 
                nombre. El nombre, como la imagen, carga el principio vital, la 
                individualidad, que no puede ser expuesta, cabe a cada uno resguardar 
                la suya. “Decir el nombre” enfrente de su portador podría 
                resultar en algo mortal, me contaron los viejos. Hoy, con servicios 
                de salud, colegios, etc., y sus formas de control (o su confusión, 
                dicen los indios, ya cansados de enseñarles todo el tiempo 
                las listas de nombres...), no hay como no presentarse, “soy tal” 
                y “él es tal”. Eso ocurre en el diálogo en portugués. 
                Casi nunca entre los waiãpi, pues es aún, 
                y ciertamente para los más viejos, una ofensa, una actitud 
                agresiva. Decir su propio nombre incomoda bastante, muchos prefieren 
                ser presentados por otra persona. Pero tener o no ese cuidado 
                depende del contexto. De la misma forma, cuando miran, en público, 
                su imagen patente en una pantalla de televisión, muchos 
                bajan inmediatamente la vista. Antes, las personas enfermas o 
                bajo recuperación viraban su cabeza para no verse, salían 
                del frente del televisor, angustiados... Ahora, dicen que acostumbraron 
                a verse, se volvió un juego, una oportunidad para bromear, 
                aunque muchos continúen bajando la vista al verse en la 
                pantalla. Los jóvenes compran máquinas fotográficas, 
                retratan locamente a sus esposas, sus hijos, muestran las imágenes. 
                Pegan sus fotografías en las paredes de casas y oficinas. 
                Crecen al mismo tiempo las peleas por acusaciones de uso indebido 
                de esas imágenes, ya sean tomadas por ellos o por blancos. 
                Historias de hechicería, vía fotos, convocaron varias 
                reuniones de ellos el año pasado. Los espíritus 
                no se dejaron pasar por el televisor y por fotografías. 
                Esa manipulación es un hecho para los waiãpi, 
                pues la imagen trae el principio vital, lo expone, lo libera. 
                Por esto, hasta hoy, nunca fotografío o filmo las personas 
                que tienen transes chamánicos [lo que entre los waiãpi, 
                no seria un atributo fijo de un individuo, sino que un estado], 
                pues ellos saben que yo sé que las substancias chamanísticas 
                se transfieren para la imagen, lo que podría debilitarlos. 
                En el sueño, es ése principio que viaja, circula, 
                vive suelto de cuerpo. Pero una persona recién llegada 
                no sabe de eso y hasta podría conseguir hacer un retrato, 
                con mayor o menor comodidad. La fotografía podrá 
                ser cobrada, recibiendo algún pago a cambio, ya que se 
                estará llevando algo muy valioso. Siendo 
                así, la imagen que pasa a ser manipulada, sea por ellos, 
                sea por blancos, para fines declarados que sólo interesan 
                a los waiãpi, como presentarse afuera, acaba transformándose 
                en otra imagen. La primera es -ã el principio 
                vital; la segunda, -ã’ãga. Una foto o un 
                filme puede ser destinado a una circulación amplia, en 
                un circuito que los waiãpi ya conocen mejor, entonces, 
                es -ã’ãga, se presenta como copia, representación, 
                no limitado, “falso”. O será considerada apenas como soporte 
                del principio vital, debiendo ser reservada. Esos dos términos 
                preexisten, es claro, al uso de máquinas de foto y video, 
                pero están adquiriendo nuevas posiciones entre los waiãpi; 
                entre ellos y en relación a nosotros. No se trata exactamente 
                de una oposición entre el uso interno y el uso externo, 
                pues depende de cada relación en juego, dos actores involucrados, 
                de un tipo de manipulación que se pretende o se tiene capacidad 
                de hacer. Por eso, los waiãpi siempre quieren saber precisamente 
                para quién va su imagen y no dudan en esclarecer sus desconfianzas 
                hacia determinados lugares o grupos. Manipular sustancias vitales 
                es algo que preocupa a los individuos en sus relaciones interpersonales, 
                no a colectividades. Por eso, talvez, los waiãpi 
                gustan tanto de ser filmados cuando están juntos, bailando 
                y haciendo mucho ruido. Cuanto más personas y confusión, 
                más bello consideran el resultado. En 
                1990, una unidad de video (generador, monitor, video VHS) fue 
                instalada en la aldea Mariry, iniciando un proceso instigante 
                sobre la experiencia de los waiãpi con la imagen. 
                ¿Esa fue una demanda directa de los propios waiãpi? 
                ¿Cómo fue la reacción inmediata de ellos? 
                ¿Hubo enfrentamientos, por ejemplo, entre personas de diferentes 
                generaciones? La 
                instalación de la unidad de video en esta aldea, y después 
                en otras tres, sí atendía las demandas de los waiãpi, 
                que ya tenían experiencias anteriores con registros, pero 
                que los filmadores nunca les devolvieron. La primera experiencia 
                fue con un investigador americano que había registrado 
                algunas fiestas y estudiado su música, generando productos 
                que nunca volvieron a las aldeas. La segunda, fue una filmación 
                publicitaria de un auto marca Honda, realizada por iniciativa 
                de la FUNAI (Fundación Nacional Indígena [N. de 
                los T.]) local, que había interesado a algunos líderes 
                en la medida en que serían pagados por su desempeño, 
                pero que provocó muchos conflictos internos en cuanto a 
                la distribución de los pagos... La cuestión del 
                video estaba, por tanto, girando en torno a los pagos, y yo consideraba 
                importante cambiar el rumbo de esta relación, que podría 
                ser mucho más rica si era conducida de otra forma. Desde 
                el inicio de los años 80`, yo llevaba un proyector de slides 
                (diapositivas [N. de los T.]) con pilas para las aldeas, 
                con imágenes de ellos, de otros indios y, sobre todo, de 
                la ciudad, pues ellos querían conocerla. De ahí, 
                surgían conversaciones riquísimas sobre diferencias 
                en los modos de vida. Era ese el rumbo a seguir y la oportunidad 
                apareció con el filmador Geoffrey O`Connor, interesado 
                en realizar un documental sobre las reivindicaciones por la demarcación 
                del área, que estaban en su auge en aquella época, 
                1989. El registro que él realizó, en el área 
                indígena y en Brasilia, para el filme A saga do chefe 
                waiwai (La saga del jefe Waiwai [N. de los T.]), 
                posibilitó ampliar y sistematizar el encuentro entre los 
                waiãpi y su imagen. El primer monitor que “entra” 
                en el área - como mostramos en el inicio de O espírito 
                da TV (CTI, 1992) (El espíritu de la TV [N. 
                de los T.]) - traía las escenas filmadas por G. O`Connor 
                en las aldeas, en los campamentos y, sobre todo, en Brasilia. 
                Para quien ya apreciaba comparar los discursos captados en mi 
                grabador, el video potencializó mucho esa competición 
                por desempeño entre los líderes que habían 
                estado o no en la ciudad; de cantores de diferentes aldeas, de 
                variadas explicaciones sobre todo y todos... De ahí, pedían 
                filmar nuevos discursos, nuevas situaciones, nuevos lugares y 
                ello es un bola de nieve hasta hoy. Enfrentamiento 
                propiamente dicho no hay y no habrá, porque esas cosas 
                se pasan a los bastidores. Pero hay disputas de prestigio y, es 
                claro que la imagen y su circulación hacia fuera es un 
                buen capital para ello. Jóvenes y viejos también 
                disputan espacio delante de la cámara, pero cada uno acaba 
                teniendo su espacio, por eso los registros hechos por ellos son 
                tan largos. Cuando no tienen espacio, reclaman para hacerlo valer. 
                Diez jóvenes quieren filmar y algunos quieren comprar cámaras 
                propias, pero los dos filmadores más viejos no quieren 
                renunciar, aunque los jóvenes digan que ellos ya no saben 
                filmar lo que interesa. Los puntos de vista se van multiplicando 
                y las alternativas de representación también. Yo 
                lo encuentro muy bueno. Más 
                específicamente en el caso de los filmadores waiãpi: 
                ¿Cómo ellos discuten los procesos de filmación 
                (selección de tomas) Y edición (corte y montaje)? 
                ¿Podríamos hablar de un modo propiamente waiãpi 
                de filmar? ¿Cuáles son las mayores dificultades 
                de la delimitación del tiempo, en la edición, de 
                una experiencia filmada por ellos? Yo 
                no quería hablar más de esos aspectos, puesto que 
                no tengo en mi poder los procedimientos que Kasiripinã 
                y Muru discutieron con las personas que los ayudaron desde más 
                cerca: Fausto Campolli, hace algunos años y, desde el año 
                2000, Marina Weis. Todo el esfuerzo de los documentalistas waiãpi, 
                ahora y con ayuda de Marina, se encaminan a concebir sus guiones, 
                construir sus narrativas “en la cabeza” y de ahí controlar 
                mejor tanto sus filmaciones, como también la edición. 
                Pues ellos filman mucho, todo, en el caso de Muru, sin parar hasta 
                que las cintas se terminan. Todo le interesaba al mismo tiempo, 
                y la documentación era tanta, que a la hora de editar se 
                desanimaban y, al mismo tiempo, siempre les parecía insuficiente, 
                mal hecho. Pero eso está cambiando. Mi 
                experiencia se limitó a la edición del filme de 
                Kasiripinã Nossas festas , en 1995, con material 
                que él grabó, independiente de cualquier orientación. 
                Su registro evidencia cuánto él aprecia esas fiestas, 
                más allá de lo que él es considerado hasta 
                hoy, un especialista de muchos ciclos cantados y un incentivador 
                de dichas fiestas. Ahí, la narrativa estaba dada por el 
                desarrollo del ritual y fue consolidada en una construcción 
                posterior, para preparar la edición: observando las imágenes 
                en el monitor, él fue hablando y yo preguntando, sugiriendo 
                explicaciones, y fue conversando de este modo que él produjo 
                la selección y la unión entre escenas de cada fiesta 
                y entre las fiestas, para después pasar a la edición 
                de las imágenes. Desde ese tiempo y hasta hoy, Kasiripinã 
                no disfruta mucho ver, solo, lo que filma. Y no es sólo 
                por las dificultades con los equipamientos que se rompen. Él 
                gusta de mostrar las filmaciones a otros y hablar al respecto. 
                De ahí, el desafío en el aprendizaje que los talleres 
                proporcionan en la aldea, de hacer todo eso al mismo tiempo: filmando, 
                viendo, mostrando, refilmando, construyendo y produciendo, manteniendo 
                el hilo de una narrativa. Lo grande no es construir esa narrativa, 
                perseguirla, fijar un comienzo y un fin. Eso es muy nuevo, pues 
                cuando se cuentan casos, mitos, o se relata cualquier evento, 
                es siempre en diálogo, todo puede suceder en la narrativa, 
                donde perder el hilo no importa mucho. Los talleres de ficción 
                ya tienen y continúan produciendo muchos resultados. Marina 
                está escribiendo sobre eso, será mejor que ella 
                misma lo cuente.   
                 
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                              Zo'é, Waiãpi, Aldea Taitetuwa. Fotografía: 
                              D. .T. Gallois 1996. |  |  Nos 
                gustaría que nos hablases sobre una experiencia particular: 
                el encuentro entre los waiãpi y los zo`é, 
                ambos grupos tupi-guaraní, registrado en imágenes 
                / sonido por usted (A arca dos Zo`é (El arca 
                de los Zo`é [N. de los T.]), 1993), pero también 
                por un filmador waiãpi. ¿Cuál es 
                el desafío de reunir, en ese filme, dos miradas, dos registros 
                y dos estilos de narrativa fílmica sobre ese encuentro? La 
                pregunta indica que hay un serio problema en la explicitación 
                de quien está por detrás de la cámara o del 
                micrófono, en ese filme, como ocurre con otros de la serie 
                de la CTI. Pudo haber sido un error no haber dejado eso más 
                claro, pero en fin, no parecía necesario; En esa época 
                creíamos que sería redundante. No 
                es el registro hecho por los waiãpi, sino que el nuestro 
                que está en el Arca dos Zo`é. Sin contar 
                dos o tres imágenes de complemento, de poca importancia 
                en sí, que están ahí para evidenciar que 
                ellos hacían su propio registro (Kasiripinã filmando) 
                independiente del nuestro. Pero es ésa documentación 
                de Kasiripinã la que fue exhibida en la aldea waiãpi, 
                cuando volvimos, y ocasionó nuevas conversaciones con ellos, 
                grabadas a partir de los asuntos que sus imágenes provocaron. 
                Entonces, el desafío no era juntar estilos diferentes de 
                narrativa fílmica, sino que conducir la edición 
                por las miradas que circulaban entre ellos y aquellas que ellos 
                producían, a partir de lo que habíamos conseguido 
                captar durante los eventos del encuentro en las aldeas Zo`é, 
                cruzando con los comentarios registrados en la vuelta a la aldea 
                waiãpi. Un conjunto de comentarios sobre esas 
                múltiples miradas, que se iniciaron en la aldea Zo`é 
                cuando éstos vieron las imágenes filmadas en las 
                aldeas zo`é o de otros indios, mucho tiempo antes 
                de la visita de los waiãpi. Un intercambio que 
                continuó, cuando los Zo`é fueron hacia los waiãpi 
                y las imágenes de esa visita volvieron a la aldea zo`é, 
                produciendo nuevas miradas y comentarios que también grabé, 
                en 1998. Y así pude continuar...Todavía pienso que 
                no sería tan interesante, productivo o adecuado reunir 
                en un filme registros de ellos y nuestros, justamente porque son 
                narrativas diferentes. Kasiripinã montó su documental 
                sobre la visita a los zo`é y es otra historia, 
                completamente ajena de la nuestra, tanto en el ritmo como también 
                sobre otros temas, conduciendo un diálogo con los zo`é 
                a partir de personajes que no eran los nuestros. Y la espiral 
                de asuntos que él persigue en esa narrativa son sólo 
                de él. No es apenas otra versión, son otros asuntos 
                que él propone a su público. En 
                Segredos da mata (Secretos de la selva [N. de 
                los T.]), su último filme, los waiãpi construyeron 
                una narrativa de ficción, partiendo de un repertorio de 
                narrativas míticas y esquemas rituales. En el filme, son 
                ellos los que narran, dirigen e interpretan, y usted viabiliza, 
                registrando las escenas. ¿Usted podría hablar más 
                de ese proceso creativo y, sobre todo, sobre ese “tránsito” 
                del mito (narrado) a la ficción (filmada)? Es, 
                la narración filmada de encuentros que sus antepasados 
                tuvieron con seres monstruosos que andan por los caminos del bosque, 
                como explica la tradición. Representaron cuatro encuentros: 
                El señor de la caza, el murciélago caníbal, 
                los dueños de una flecha mágica y de un polvo que 
                vuelve a las personas invisibles. La 
                actuación de los waiãpi aquí también 
                fue múltiple. Comenzar y terminar el filme tardó 
                mucho. A esta altura del proceso, personas variadas sugirieron 
                historias, reduciendo poco a poco las que podrían ser vivenciadas. 
                Pero fuimos conversando a lo largo de casi dos años y luego 
                resolvimos apoyar a uno de los jefes más interesados en 
                la experiencia; a saber, Seremete. Otras aldeas se sintieron despreciadas; 
                por ese motivo el proceso continúa. Para terminar, ellos 
                mezclaron muchas versiones intermedias y ahora existen dos circulando; 
                una con una hora que ellos prefieren, y la nuestra, para circular 
                por aquí y por otras aldeas. Por dicha demora y por las 
                tensiones que se crearon, ésta es una de las experiencias 
                que más promete a largo plazo. Uno 
                de los impulsos que inició esa dinámica fue un debate 
                entre jóvenes, en un curso de formación de profesores, 
                realizado en la ciudad en 1995, en el cual adoraban ver televisión, 
                y discutían por qué yo nunca les había dicho 
                que los blancos también tienen a los ajã, 
                figuras caníbales. Ellos habían visto el filme Alien 
                y quedaron fascinados viendo que la agresión caníbal 
                también inquieta a los blancos. Para los jóvenes, 
                ese era un gancho que faltaba para poder hablar de su propia visión 
                respecto de esas cosas. Pues ellos tienen, generalmente, un pudor 
                muy grande sobre esos asuntos, no les gusta hablar de ello o lo 
                dejan como “cosas de viejos”. Fue muy interesante, pensaron en 
                muchas historias, con personajes que detrás de su belleza 
                son monstruos horrendos. Pero los viejos, en las conversaciones 
                posteriores, bloquearon una serie de propuestas consideradas peligrosas: 
                no podrían “actuar” en un papel de espíritus que 
                viven allí en los árboles, por ejemplo. La elección 
                recayó sobre seres que ellos consideraban ser eliminados, 
                o de quien no se sabe más el recorrido.  Los 
                habitantes de una pequeña aldea, Taitetuwa, en esa época 
                con menos de cuarenta personas, decidieron hacer el filme junto 
                a Seremete quien se volvió uno de los narradores, además 
                de director. Él tomó la iniciativa de la experiencia, 
                viniendo a São Paulo, en Noviembre de 1996, para dirigir 
                la confección de las máscaras de los monstruos seleccionados. 
                En Diciembre, fuimos a su aldea, con el dibujante Beto Lima, y 
                con las máscaras y los materiales complementarios. Allí, 
                las máscaras fueron terminadas conforme sugerencias de 
                otros narradores y se inició el trabajo. Primero, grabar 
                las narrativas varias veces, después descomponer las escenas, 
                escoger a los actores, los lugares, mostrar cada una de ellas, 
                también varias veces. Recordar lo que faltó mostrar 
                y filmar... En la noche, siempre veíamos lo que había 
                sido filmado, en el monitor de la aldea. En la narración, 
                la dupla de narradores discutía versiones, siendo exactamente 
                eso en lo que consiste la transmisión, que nunca es un 
                monólogo, sino que una discusión sobre detalles 
                de cómo cada uno ve lo que sucedió. No dio para 
                transmitir eso en nuestro filme, optando por equilibrar el peso 
                de cada uno en la edición de la versión para el 
                público blanco, donde la discusión de versiones 
                fue eliminada. La selección y el alejamiento de los actores 
                no creó problemas al inicio, pero en el impacto del retorno 
                de las imágenes, los jóvenes reclamaron mucho, pues 
                ellos de hecho fueron muchas veces sacados de escena por los viejos, 
                que argumentaban que ellos no sabían responder. Es por 
                eso que ellos reclamaban sin parar la continuidad de la “serie” 
                (dicen que hay muchas y muchas historias por grabar) que ahora 
                va a salir una, pero dirigida por los jóvenes. Tal vez 
                ellos puedan dar el giro a los viejos, con actuaciones más 
                sueltas que las que éstos desempeñaron. Ver las 
                escenas de making- off (tras bambalinas [N. de los T.]) 
                y recordar lo que sucedía entre los actores, los juegos 
                e inventos, el trabajo de director, son cosas que ellos también 
                aprecian mucho mirar. Eso es un espiral que espero que prosiga, 
                ahora en las manos de ellos. Lo 
                más instigante para la mayor parte de los waiãpi, 
                es el producir esa escenificación, “saber hacer” y controlar 
                todo el proceso del guión, la escenificación, efectos. 
                ¿Es ficción? No es fácil definir si es ficción. 
                Serían ficciones de ficciones, ya que con o sin filmes, 
                los encuentros con los monstruos ocurren ciertamente, pero sólo 
                pueden ser aprehendidos a partir de versiones, que son ficciones. 
                O, de lo contrario, no son ficciones, es lo real. Esas figuras 
                andan por ahí. Los encuentros narrados y mostrados no son 
                sólo míticos, o sólo fábulas, pues 
                no son experiencias o realidades relegadas al pasado, son argumentos 
                sobre encuentros que sucedieron, que se conocen por la narración 
                de boca en boca, de los antiguos hasta ahora, y que pueden ser 
                reactualizados en cada nuevo encuentro, sueño, creando 
                nuevos relatos y así sucesivamente. En fin, esto es un 
                sesgo que me parece interesante de perseguir, pienso que puede 
                contribuir al panorama de los filmes referentes a la transmisión 
                de “mitos indígenas”, habitualmente limitada a la reproducción 
                de las narrativas y su análisis en los términos 
                del investigador. Mi interés en cuanto etnóloga 
                está presente en la edición de Segredos da mata 
                (Secretos de la selva [N. de los T.]), donde intenté 
                evidenciar cómo los waiãpi explicitaron, 
                en la narración y en la escenificación, uno de los 
                fundamentos de su pensamiento sobre la ambigüedad con la 
                que se acostumbra a definir “realidad”; esto es, en la variación 
                de perspectivas a partir de quien puede ser definida una realidad 
                siempre múltiple. En 
                varios de sus videos, queda explícito el procedimiento 
                de feedback (retroalimentación [N. de los T.]) 
                en el cual las personas filmadas se ven en la imagen y discuten 
                sobre ello, o de cómo usted los ve. Pero hay también, 
                en sus trabajos videográficos, una preocupación 
                sobre el retorno de las imágenes, eso que podríamos 
                llamar de retribución. Háblenos un poco sobre su 
                manera de trabajar. Ya 
                hablé sobre la mecánica de los sucesivos feedback 
                que sustentan todo el trabajo, pero como considero tan importante 
                ese proceso, vale la pena relacionarlo a la idea de retorno. Debe 
                quedar claro que lo que retorna no es un subproducto de una investigación 
                académica, un filme que pasa en la pantalla para confirmar 
                que fue finalizado. O que sea simplemente un producto hecho “para” 
                los protagonistas. Esos retornos, son costumbres y muy interesantes, 
                pues alimentan los feedback de todas las imágenes, las 
                diversas pre-ediciones del filme, el resumen de todo el material, 
                y cuando es viable, atiende otros pedidos específicos. 
                Pero debe ir más allá de eso, garantizar que el 
                espiral se desarrolle. Se necesita disponer de equipamientos y 
                manutención, presupuestados en el largo plazo. No es hacer 
                un filme y punto final, y luego otro y así sucesivamente. 
                En las aldeas donde trabajo, cuando llegan las imágenes, 
                seguido de sesiones y sesiones de críticas y comentarios, 
                se retoma el espiral que mencioné más arriba, multiplicando 
                versiones y argumentos. El retorno es garantizar ese proceso, 
                que puede hacer viable una conciencia cada vez más aguda 
                sobre la repercusión de las imágenes entre las personas 
                que las ven, en varios lugares, llevando a los protagonistas a 
                nuevas tematizaciones, en la perspectiva de otros puntos de vista 
                y así sucesivamente. El desafío para los protagonistas 
                es tomar en cuenta, en su crítica, cómo fueron vistos 
                y entendidos en otros mundos, o sea, valorar varios formatos de 
                documentos destinados a públicos diferentes, percibir que 
                el lenguaje cambia su sentido, su valor cultural. Ya está 
                bien claro para unos waiãpi y debe quedar más 
                claro todavía en un proceso continuo. Cuando ellos pidieron 
                hacer la primera ficción de los caníbales, era para 
                aprender el lenguaje, pues querían ir más allá 
                de la recepción de material bruto o resumido. Este sirvió 
                para incitar a burlas o discusiones sobre belleza, inteligencia, 
                etc., pero no era todo lo que esperaban. Muchos de ellos entendieron 
                que pueden incrementar su capacidad de actuar, de saber cómo 
                se manipulan los efectos, etc.; en fin, pensar en quien va a mirar. 
                Es eso lo que entiendo por retorno. El producto de ese recorrido 
                podrá ser muy interesante, no tendrá nada que ver 
                con los filmes que hicimos, destinados a un gran público, 
                en formato televisivo o para festivales; ni tampoco con los protagonistas, 
                ya que ese era el destino que interesaba al proyecto de video 
                en la época. Esos filmes que comenté más 
                arriba ilustran etapas de ese proceso, de esa intervención 
                de múltiples manos, pero obviamente no agotarán 
                el recorrido, que sigue, en diversos rumbos. Cierta 
                vez, Jean Rouch afirmó que solamente la antropología 
                en sus moldes visuales puede asegurar un conocimiento verdaderamente 
                compartido - eso porque los grupos indígenas no tienen 
                cómo controlar el producto de un texto académico, 
                aunque si el de un filme. ¿Qué piensa usted de esa 
                afirmación? Concuerdo 
                plenamente, es lo que espero de la comunicación que lo 
                audiovisual permite establecer. Pero sin olvidar que el control 
                de la realización de un filme no agota las posibilidades 
                o expectativas de compartir conocimientos. Más allá 
                de la producción, hay todavía un control de su distribución, 
                que es otro gran tema. Al hacer un filme, se comparten conocimientos, 
                con limitaciones específicas en cada etapa: de los registros, 
                de los feedback, de las ediciones, etc. En fin, todo 
                dependiendo del producto y del ansiado control por cada una de 
                las partes. Producir un conocimiento compartido dependerá 
                mucho, creo yo, de las cuestiones o temas priorizados en los diálogos 
                que son realizados, concomitantemente, en múltiples planos: 
                entre el realizador y la comunidad filmada, entre los sectores 
                de esa comunidad y entre esos sectores y el público destinatario. 
                ¡Es realmente multi-localizado, inclusive allá en 
                las aldeas, porque no se trabaja con colectivos compactos, o grupos 
                indígenas que se piensan como un bloque! Por eso, para 
                que se pueda compartir un punto de vista, una posición 
                sobre un asunto cualquiera, todo depende de las posibilidades 
                e intereses de todas esas partes en acompañar, hasta en 
                los mínimos detalles, la experiencia de construir imágenes 
                para un mismo público. Se trata, antes que nada, de aprender 
                a participar de redes de comunicación, implicando conceptos 
                e ideas que permean a los diferentes públicos a quien esas 
                imágenes pueden ser dirigidas. En la cinta de Jean Rouch, 
                múltiples experiencias se esforzaron en abrir la posibilidad 
                a las comunidades o individuos implicados en un registro audiovisual 
                de reflexionar / deconstruir / construir conocimientos y performances, 
                con interesantes resultados en sus procesos de afirmación 
                política y cultural. Toda la dificultad de esta tarea está 
                en garantizar, como una de las puertas más importantes, 
                que esos grupos accedan a las ideas contradictorias que circulan 
                al respecto de los indios en diversos medios, y se apropien de 
                ellas como objeto de reflexión, para que puedan comprometerse 
                en un intercambio efectivo de conocimientos, no solamente con 
                el público en general, sino que con los “realizadores” 
                de filmes, de textos, de noticias, sean ellos antropólogos 
                o no. 
                 
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                              Zo'é, Río Erepecuru. Fotografía: 
                              D. .T. Gallois 1998. |  |  ¿Cuál 
                es la influencia que tiene esa “antropología visual” sobre 
                sus investigaciones etnológicas y su trabajo videográfico? 
                Y hoy en día, ¿Qué trabajos en ese campo 
                le han llamado más la atención? Aprecio 
                inmensamente los trabajos de Jean Rouch, cuyos filmes me impactaron 
                bastante, durante mi graduación en Bélgica, cuando 
                decidí estudiar etnología, en un escenario africano. 
                Me re-impactaron después, cuando los vi desde la perspectiva 
                del Brasil. Vi poco de “antropología visual” tal como se 
                viene desarrollando en los últimos años; es una 
                inmensidad de experiencias que me gustaría tener tiempo 
                de conocer mejor. Es ciertamente una falla. Son las cuestiones 
                de la comunicación - y en este campo, la construcción 
                de imágenes, visuales o no - que me vienen interesando, 
                dada la riqueza y la complejidad de los cambios que se establecen 
                en los múltiples campos, entre indios y no-indios. No es 
                solamente en los videos, filmes y multimedia que ese intercambio 
                se estimula (pienso en la expresión de Marc Augé 
                “guerra de los sueños”), sino que en los múltiples 
                espacios abiertos a los indios por las políticas públicas, 
                en los libros didácticos, en las salas de clase, en las 
                reuniones pan-indígenas, etc. Las imágenes discordantes, 
                producidas en el diálogo entre las visiones de nuestra 
                sociedad sobre los indios y las que los indios producen para nosotros, 
                merecen todavía una reflexión y una experimentación 
                más aguda. El filme de G. O`Connor Diarios da Amazônia 
                (Diarios de la Amazonía [N. de los T.]) por ejemplo, 
                aún impacta mucho a los alumnos de graduación en 
                Ciencias Sociales, ya que allí descubren que “indio” es 
                una categoría construida en el escenario inter-étnico 
                y que cabe a la antropología - y especialmente a los etnólogos 
                - evidenciar cómo esos pueblos aprenden a “ser indios”, 
                como parte activa del cambio de imágenes “de los” y “sobre” 
                los grupos indígenas. Todo eso ayuda a desvelar, para nuestra 
                sociedad, los modos en cómo esos grupos responden, hoy, 
                a la demanda externa que les impone el presentarse como colectivos, 
                culturales o étnicos (los “tiriyó”, los “”, los 
                “wayana-aparai”); son formas de representación creadas 
                y que no se fortalecen “naturalmente” en sus sistemas de clasificación, 
                o en la práctica de las relaciones sociales y políticas 
                que mantienen históricamente entre sí. En la antropología 
                visual escrita, como la que se puede leer en los Cadernos 
                de Antropología e Imagem, esas cuestiones vienen siendo 
                tratadas, pero veo que filmes de antropólogos (visuales) 
                aún apuestan por construir unidades étnicas, sin 
                cuestionarse mucho de qué unidad o colectivo se está 
                tratando. Pienso que los modos de construcción de esas 
                unidades son un patrimonio político de los indios; las 
                nuestras tenían más interés en dirigirse 
                hacia puntos de vista que se manifiestan en el proceso de construcción 
                de esas unidades. Para 
                finalizar: ¿Cuáles son sus proyectos videográficos 
                futuros? ¿Y qué sucederá en cuanto a los 
                waiãpi? Los 
                proyectos son varios y lo que falta es tiempo para dedicarme a 
                ellos. Lo más querido es la edición de una narrativa 
                del ciclo de rituales ligados a la creación del mundo, 
                pasando por comentarios de jóvenes sobre las explicaciones 
                de los viejos e incorporando lo que no se dice, pero que sucede 
                alrededor de una fiesta y se desarrolla a partir de ella, o sea, 
                las negociaciones y cambios que se deslizan de una fiesta a otra. 
                El próximo semestre, estaré dando secuencia a un 
                trabajo sobre versiones de los indios Zo`é respecto de 
                los límites del mundo conocido y, cuando pueda, deseo hacer 
                un documental bien etnográfico y didáctico sobre 
                las formas de transmisión de esta cosmología. En 
                cuanto a los waiãpi, ellos tienen varios trabajos 
                en curso, otros planeados, y todos ellos realizados con apoyo 
                del Programa de Educación del CTI y del Núcleo de 
                Historia Indígena de la Universidad de São Paulo, 
                y cuenta con la asesoría de Marina Weis, joven realizadora, 
                que hace dos años viene atendiendo las demandas de formación 
                de Kasiripinã y Muru, los dos primeros filmadores del grupo, 
                y de muchos jóvenes que están interesados por el 
                manejo del video. En poco tiempo, ella estará realizando 
                un taller de guiones y de realización de una ficción 
                con la participación de jóvenes y adultos de varias 
                aldeas, a partir de un guión que uno de ellos viene ensayando 
                hace muchos meses. Kasiripinã y Muru, que continúan 
                filmando con mucho entusiasmo, definirán a lo largo del 
                año pautas para sus próximos trabajos, en los que 
                pretenden presentar sus versiones de la historia de sus respectivas 
                aldeas. El desafío actual es involucrar a las mujeres, 
                que están muy interesadas, y que irán a participar 
                de la realización de talleres de ficción. Es muy 
                gratificante verificar cómo los waiãpi 
                han incrementado su apropiación de los medios audiovisuales, 
                produciendo diseños, fotos, músicas, imágenes 
                en video. Estoy muy contenta de ver que, paralelamente al creciente 
                dominio de la escritura por parte de los jóvenes, que es 
                indispensable, aunque menos creativo, ellos continúan fascinados 
                por el registro audiovisual, lo que permite una difusión 
                mucho más colectiva de lo que los textos escritos pueden 
                ofrecer. |